Por la piedad del corazón, los tristes
ojos, pena de llanto han padecido,
tanto que por vencidos ya se han dado.
Si desfogar quiero ahora el dolor,
que poco a poco a la muerte me lleva,
hablar será preciso suspirando.
Y como yo me acuerdo de que hablaba
de mi señora, mientras que vivía,
gustoso con vosotras, nobles damas,
quiero hablarle tan sólo
al noble corazón que haya en mujer;
y llorando hablaré de ella, luego
que de repente al cielo se ha marchado,
y conmigo ha dejado a Amor doliente.
Beatriz al alto cielo se ha marchado,
al reino en el que tienen paz los ángeles,
y con ellos está, y os ha dejado:
no nos la arrebataron los calores,
ni los hielos como hace con las otras,
mas sólo fue su gran benignidad;
porque de su humildad pasó los cielos
el resplandor con tanto poderío,
que al eterno Señor asombrar hizo,
tal que un dulce deseo
lo alcanzó de llamar perfección tanta;
y la hizo venir a sí de acá,
porque veía que esta odiosa vida
de tan preciada cosa no era digna.
De su bella persona se partió
el ánima gentil de gracia llena,
y en un digno lugar está gloriosa.
Quien no la llora cuando en ella piensa
el corazón tan vil de piedra tiene,
que entrar no puede allí un benigno espíritu.
No cabe en pecho vil tan alto ingenio
que pueda imaginar algo de ella
y así pena no tiene de llorarla;
mas tristeza y deseo
de suspirar y de morir de llanto,
y siente su alma falta de consuelo
quien vio en su pensamiento vez alguna
cómo fue, y cómo nos la arrebataron.
Fuerte angustia me causan los suspiros,
cuando en la grave mente el pensamiento
me trae a quien partió de mi corazón:
y muchas veces pensando en la muerte,
un deseo me viene tan suave
que el color en el rostro se me muda.
Y cuando bien se fija en mí esa imagen,
tanta pena me alcanza en todas partes,
que del dolor que siento me estremezco;
y me vuelvo de forma
que avergonzado de los otros huyo.
Luego llorando, solo en mi lamento,
llamo a Beatriz y digo: «¿Es que estás muerta?»;
y mientras que la llamo, me consuela.
Llorar de pena y suspirar de angustia
me rompe el corazón donde esté solo,
tal que a quien me escuchase apenaría:
y lo que ha sido de mi vida, desde
que al nuevo siglo ha ido mi señora,
no hay lengua que pudiese referirlo:
por ello, aunque quisiera, mis señoras,
quién soy yo no sabría bien deciros,
tanto me hace penar mi amarga vida;
que ha tanto envilecido,
que todos me parece que dijeran
al ver mi aspecto lúgubre: «Te dejo».
Pero mi dueña lo que soy contempla,
y todavía su merced espero.
Compasiva canción vete llorando;
en busca de las damas y doncellas
a quienes tus hermanas
acostumbraban darles regocijo;
y tú, como eres hija de tristeza,
vete desconsolada a estar con ellas.
Dante Alighieri
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