Damas que sois en el amor entendidas,
cantaros quiero acerca de mi dama,
no porque piense concluir su loa
sino hablar en descargo de la mente.
Digo yo que pensando en cuánto vale,
tan dulcemente Amor sentir se me hace,
que si yo no perdiera mi osadía,
hablando haría enamorarse a todos.
Y yo no quiero hablar tan altamente,
que, por temor, en vil me convirtiera;
mas trataré de su gentil estado
con ligereza, si a ella me remito,
enamoradas damas y doncellas,
que no es para otra gente, con vosotras.
Un ángel clama a la mente divina
y le dice: «Señor, se ve en el mundo
un milagro en el acto que proviene
de un alma que hasta lo alto resplandece.»
El cielo, que no tiene falta alguna
sino el tenerla, a su señor le pide,
y gritan tal merced los santos todos.
Sólo Piedad nuestra causa defiende,
y Dios, a mi señora atento, dice:
«Amados míos, consentid pacientes
que esté cuanto me plazca esa esperanza
donde hay alguno que perderla espera,
y dirá en el infierno: Oh malnacidos
yo he visto la esperanza de los justos.».
Desea el sumo cielo a mi señora:
Ahora de su virtud yo quiero hablaros.
Quien parecer quisiera noble dama,
vaya con ella, que cuando camina,
Amor al corazón villano hiela,
y muere todo pensamiento suyo;
y aquel que contemplarla consiguiese,
o se ennoblecería, o pereciera.
Y cuando a alguno encuentra que sea digno
de verla, su virtud aquel demuestra,
pues es su salvación lo que ella otorga,
y humildemente toda ofensa olvida.
Y aún Dios por mayor gracia concede
que quien le habló no puede condenarse.
Amor dice de ella: «¿Algo mortal,
cómo ser puede tan hermoso y puro?»
Luego la mira, y se jura a sí mismo
que algo no visto Dios quiso hacer de ella.
Tiene casi color de perla, cual
conviene a una mujer, no sin medida;
ella es cuanto de bien naturaleza
puede hacer, y es ejemplo de hermosura.
Salen, cuando los mueve, de sus ojos,
espíritus de amor enardecidos
que a quien la mira hieren en los ojos
y le penetran hasta el corazón:
Amor en su semblante veis pintado,
donde mirarla fijo nadie puede.
Yo sé, Canción, que irás a muchas damas
hablando, cuando te haya dado curso.
Te advierto ahora, porque te he educado
como hija de Amor sencilla y joven,
que a donde llegues suplicando digas:
«Enseñadme el camino, pues me envían
a aquella cuyas loas me engalanan».
Y si no quieres caminar en vano,
donde haya gente vil no te detengas:
ingéniate, si puedes, en mostrarte
con damas solo o con hombres corteses,
que allí te llevarán por un atajo.
A Amor encontrarás junto con ella,
recomiéndame a él, como tú debes.
Dante Alighieri
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