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martes, 20 de octubre de 2015

Desde altas montañas:

¡Oh mediodía de la vida! ¡Tiempo solemne!
¡Oh jardín de verano!
Inquieta felicidad de estar de pie y atisbar y aguardar: —
A los amigos espero impaciente, preparado día y noche,
¿Dónde permanecéis, amigos? ¡Venid! ¡Ya es tiempo! ¡Ya es tiempo!

¿No ha sido por vosotros por quienes el gris del glaciar
se ha adornado hoy de rosas?
A vosotros os busca el arroyo, y hoy el viento y la nube
anhelantes se elevan, se empujan hacia el azul,
para atisbaros a vista lejanísima de pájaro.

En lo más alto estaba preparada mi mesa para vosotrs: —
¿Quién habita tan cerca
de las estrellas, quién tan cerca de las pardísimas lejanías del abismo?
Mi reino — ¿qué reino se ha extendido más que él?
Y mi miel — ¿quién la ha saboreado?

— ¡Ahí estáis ya, amigos! — Ay, ¿es que no es a mí
a quien queríais llegar?
Titubeáis, os quedáis sorprendidos — ¡ay, preferible sería que sintierais rencor!
¿Es que yo — ya no soy yo? ¿Es que están cambiados mi mano, mi paso, mi rostro?
¿Es que lo que yo soy, eso, para vosotros, — no lo soy?

¿Es que me he vuelto otro? ¿Y extraño a mí mismo?
¿Es que me he evadido de mí mismo?
¿Es que soy un luchador que se ha domeñado demasiadas veces a sí mismo?
¿Qué demasiadas veces ha contenido con su propia fuerza,
herido y estorbado por su propia victoria?

¿Es que yo he buscado allí donde más cortante sopla el viento?
¿Es que he aprendido a habitar
donde nadie habita, en desiertas zonas de osos polares,
y he olvidado el hombre y Dios, la maldición y la plegaria?
¿Es que me he convertido en un fantasma que camina sobre glariares?

— ¡Vosotros, viejos amigos! ¡Mirad! ¡Pero os habéis quedado pálidos,
llenos de amor y de horror!
¡No, marchaos! ¡No os enojéis! ¡Aquí — vosotros no podríais tener vuestra casa!:
Aquí, en el lejanísimo reino del hielo y las rocas, —
aquí es necesario ser cazador e igual que las gamuzas.

¡En un perverso cazador me he convertido! — ¡Ved cuán tirante
se tensa mi arco!
El más fuerte de todos fue quien logró tal tirantez — —:
¡Pero ay ahora! Peligrosa es la flecha
como ninguna otra, — ¡fuera de aquí! ¡Por vuestro bien!...

¿Os dais la vuelta? — Oh corazón, has soportado bastante,
Fuerte permaneció tu esperanza:
¡Mantén abiertas tus puertas para nuevos amigos!
¡Deja a los viejos! ¡Abandona el recuerdo!
Si en otro tiempo fuiste joven, ahora — ¡eres joven de un modo mejor!

Lo que en otro tiempo nos ligó, el lazo de una misma esperanza, —
¿quién continúa leyendo los signos
que un día el amor grabó, los pálidos signos?
Yo te comparo al pergamino, que la mano
tiene miedo de agarrar, — como él ennegrecido, tostado.

¡Ya no son amigos, son —¿qué nombre darles?—
Sólo fantasmas de amigos!
Sin duda ellos continúan golpeando, por la noche, en mi corazón y en mi ventana,
me miran y me dicen: «¿es que no hemos sido amigos?»—
— ¡Oh palabra marchita, que en otro tiempo olió a rosas!

¡Oh anhelo de juventud, que se malentendió a sí mismo!
Aquellos a quienes yo anhelaba,
a los que yo imaginaba afines a mí, cambiados como yo,
el hecho de hacerse viejos los ha alejado de mí:
sólo quien se transforma permanece emparentado conmigo.

¡Oh mediodía de la vida! ¡Segunda juventud!
¡Oh jardín de verano!
¡Inquieta felicidad de estar de pie y atisbar y aguardar!
A los amigos espero impaciente, preparado día y noche,
¡A los nuevos amigos! ¡Venid ¡Ya es tiempo! ¡Ya es tiempo

***

Esta canción ha terminado, — el dulce grito del anhelo
ha expirado en la boca:
un mago la hizo, el amigo a la hora justa,
el amigo de mediodía, — ¡no!, no preguntéis quién es —
fue hacia el mediodía cuando uno se convirtió en dos...

Ahora nosotros, seguros de una victoria conjunta, celebramos
la fiesta de las fiestas:
¡El amigo Zaratustra ha llegado, el huésped de los huéspedes!
Ahora el mundo ríe, el telón gris se ha rasgado,
el momento de las bodas entre luz y tinieblas ha venido...

Friedrich Nietzsche

sábado, 17 de octubre de 2015

Al mistral. Una canción de baile:

Viento mistral, tú, caza-nubes,
mata-penas, limpia-cielos,
cuando bramas, ¡cómo te amo!
¿No venimos los dos de un mismo seno,
primogénitos, a un mismo destino
eternamente predestinados?

Por resbaladizos caminos pedregosos
corro, bailando, a tu encuentro;
bailando, mientras tú cantas y silbas.
Tú, que sin barco ni timón,
como el más libre hermano de la libertad,
saltas sobre embravecidos mares.

Recién despierto, oí tu llamada,
lanzándome a los acantilados,
al amarillo muro junto al mar.
¡Salud! Ya llegabas tú, cual claro
diamantino torrente,
victorioso desde las montañas.

Por llanas eras celestes,
vi tus potros galopar,
vi el carro que te conducía,
vi tu mano alzándose,
al golpear la fusta como un rayo
sobre los lomos de los potros.

Del carro te vi saltar,
y aún más veloz descender,
como una flecha te vi,
vertical, clavándose en el fondo
como un rayo dorado a través de las rosas
al despuntar la mañana.

Baila sobre mil espaldas,
crestas de olas, malicias de olas —
¡salud quien nuevas danzas invente!
¡Bailemos de mil maneras!
¡Libre sea llamado nuestro arte!
¡Jovial —nuestra ciencia!

¡Arranquemos un capullo
de cada flor en nuestro honor
y dos hojas más para la corona!
¡Dancemos cual trovadores
entre santos y rameras!
¡Entre el mundo y DIos, la danza!

Que se le envuelva con vendas,
al que no sepa bailar con los vientos:
anciano lisiado, impedido;
el que sea parecido a un hipócrita,
ganso virtuoso, torpe venerado,
¡que se vaya de nuestro paraíso!

Aventamos el polvo de las calles
en la nariz de todos los enfermos.
¡Espantemos a las crías enfermas!
¡Despejemos toda la costa
del aliento de pechos flácidos,
de las miradas cobardes!

¡Echemos fuera a los que empañan los cielos,
a los que ensombrecen y nublan los mundos!
¡Aclaremos el reino de los cielos!
¡Bramemos... oh, espíritu
de todos los espíritus libres! Contigo a dúo
mi dicha brama cual tempestad.

Y para que se guarde eterna memoria
de semejante dicha, toma su legado,
eleva contigo esta corona.
¡Y lánzala más alto, fuera, más lejos
asalta las escaleras del cielo,
colgándola... de las estrellas!

Friedrich Nietzsche

Sils-María:

Aquí estaba sentado, esperando, esperando —a nada.
Más allá del bien y del mal, pronto la luz clara
gozando, pronto la sombra, todo puro juego,
mar, y medio día, todo tiempo sin meta.

¡Y de repente, amiga! Uno se convirtió en dos—
y pasando delante de mí, Zaratustra se fue...

Friedrich Nietzsche

Hacia nuevos mares:

Hacia allá quiero ir, pues aún
confío en mí y en mis habilidades.
Abierta está la mar, por el azul
avanza mi nave genovesa.

Todo me brilla de nuevas;
el mediodía duerme sobre el espacio y el tiempo:
sólo tu ojo —enorme—
me está mirando, ¡infinito!

Friedrich Nietzsche

«¡Mi felicidad!»:

Vuelvo a ver las palomas de San Marcos
silenciosa en la plaza, la mañana allí descansa.
Envuelto en su suave frescor, ocioso,
envío canciones al azul, cual bandadas de palomas.
Y para colgar en sus plumas otra rima,
de nuevo las atraigo.
¡Mi felicidad! ¡Mi felicidad!

Tú, silenciosa bóveda celeste, cerúlea, sedosa,
¡cómo flotas amparando el abigarrado edificio!
Al que —¿cómo decirlo?—
amo, temo, envidio...
al que me gustaría beber su alma entera.
¿Nunca se la devolvería?
¡No, calla tú, prado de ojos maravillosos!
¡Mi felicidad! ¡Mi felicidad!

Tú, austera torre, ¡con leonina vehemencia,
te elevas hasta aquí, victoriosa, carente de esfuerzo!
Resuenas en la plaza con profundos sonidos
—¿serías en francés su accent aigû?
Igual que tú, aquí me quedaría,
sabiéndome impulsado suave como la seda...
¡Mi felicidad! ¡Mi felicidad!

¡Fuera! ¡Fuera, música!
Deja primero que las sombras
nublen y crezcan en la noche tibia y parda.
Es demasiado pronto para los ecos,
los adornos de oro no refulgen con brillo rosado.
Aún queda mucho, mucho día para fabular,
ir de puntillas, susurrar solo.
¡Mi felicidad! ¡Mi felicidad!

Friedrich Nietzsche

Rimus remedium o cómo se consuelan los poetas enfermos:

¡De tu boca,
oh, tú, salivoso tiempo brujo
gotean lentamente las horas!
Tan en vano que mi tedio grita:
«¡Malditas, malditas sean
las fauces de lo eterno!».

El mundo... es de bronce:
un toro ardoroso, que no oye el griterío.
En mis huesos un volátil puñal ha marcado:
«No tiene el mundo corazón,
mas guardarle rencor por ello: ¡locura!».

¡Vierte, ahora, todo opio!
¡Vierte fiebre en mi cabeza!
Hace tiempo que pruebas mi mano y mi frente.
¿Qué preguntas? ¿Cómo? ¿Cuánto... cobras?
¡Maldita la ramera y su escarnio!

¡No! ¡Vuelve ya!
Afuera hace frío, oigo como llueve.
¿Acaso debería relacionarme con más ternura?
¡Toma! He aquí la pieza de oro: ¡cómo brilla!
¿Te llamaré «felicidad»?
¿Te bendeciré, fiebre?

¡La puerta salta!
¡La lluvia llega hasta mi cama!
El viento apaga la luz, ¿alguna otra desgracia?
Quien no tenga ahora cien rimas,
apuesto, apuesto,
que mal terminará.

Friedrich Nietzsche

Loco desesperado:

¡Ay! Lo que he escrito sobre la pared y la mesa
con el corazón y las manos de un loco,
¿servirá para adornarlas?

Vosotros decís: «Tus manos de loco emborronan;
hay, pues, que limpiar pared y mesa
hasta que no quede ninguna huella».

¡Permitidme! Os echo una mano.
Aprendí a usar esponja y escoba
como crítico, como genio acuático.

Y cuando acabemos la tarea,
me gustaría veros, supersabios,
llenarlas con sabiduría de mier...

Friedrich Nietzsche

«A estas almas inseguras»:

A estas almas inseguras
las detesto enconadamente.
Todo su honor es una tortura,
toda su alabanza, pesadumbre de sí y vergüenza.

Puesto que no me arrastro
por el siglo atado a su correo.
En su mirada dulcemente venenosa
me saluda desesperanzada envidia.

¡Ojalá tuvieran el valor de maldecirme
y despreciarme!
La búsqueda desvalida de estos ojos
se equivocará eternamente conmigo.

Friedrich Nietzsche

Canción de un cabrero teocrítico:

Aquí yazgo, revueltas las tripas,
soy devorado por las chinches.
¡Y más allá luz y bullicio!
oigo como bailan...

Ella pretendía en esa hora
acercarse a mí de puntillas.
Estoy esperando como un perro,
mas no viene ninguna señal.

¿La cruz, cuando lo prometió?
¡Cómo pudo ser tan mentirosa!
¿No correrá ella tras cualquiera,
como lo hacen mis cabras?

¿De dónde viene su falda de seda,
—mi orgullosa?
¿Vive aún de un macho cabrío
dentro de este bosque?

Esta espera enamorada,
¡cómo arruga y envenena!
Así crece en el parque,
en una sensual noche,
cual un hongo venenoso.

El amor me desgarra
como si sufriera los siete males;
casi no puedo comer.
¡Adiós, mis cebollas!

La luna ya se hizo a la mar,
todas las estrellas están agotadas,
gris viene, pues, el día.
¡Ah! Quisiera morirme.

Friedrich Nietzsche

Declaración de amor (por la que el poeta cayó en un foso):

¡Qué maravilla! ¿Aún vuela?
¿Sube y sin mover sus alas?
¿Qué lo eleva y mantiene?
¿Y cuál es su meta, qué le empuja?
¿Cuáles sus riendas?

Igual que estrella, igual que la eternidad,
habita en las alturas, huyendo de la vida;
aunque compasivo con la envidia:
¡alto asciende quien también su vuelo contempla!

¡Oh, pájaro albatros!
¡A las alturas me elevas con eterno impulso!
Nada más pensar en ti, vertí
lágrima tras lágrima.
¡Sí, te amo!

Friedrich Nietzsche

La barca misteriosa:

Ayer por la noche, dormido todo, apenas
unos leves suspiros del viento
corrían por las callejas;
no me daba descanso el lecho,
ni el opio, ni lo que provoca un buen sueño
—la buena conciencia.

Así que busqué desperezarme
y corrí a la playa.
Había luna llena, clima suave,
y así me encontré,
en la cálida arena,
hombre y barca:
soñolientos ambos, pastor y oveja;
y soñolienta la barca se hacía a la mar.

Pasó una hora, fácilmente dos,
¿acaso un año entero?
De repente, en eterna indiferencia,
se me hundieron todos los sentidos
y pensamientos,
a la par que se abría
un abismo sin fondo:
—aquí todo acabó.

Llegó la mañana: quieta, quieta hay una barca
sobre profundos mares negros...
¿Qué ha pasado?, clama uno, pronto claman cien:
¿qué ha sucedido? ¿Es sangre?
No ha pasado nada, dormíamos, todos dormíamos.
—¡ah, bueno, bueno!

Friedrich Nietzsche

La piadosa Beppa:

Mientras sea atractivo mi cuerpecito,
ser piadosa vale la pena.
Sabido es que Dios ama a las mujeres,
sobre todo cuanto más atractivas son.
Al pobre monje sin duda,
se perdonará gustosamente
el que, como todos los monjes,
prefiera estar a mi lado.

No se trata de un envejecido padre de la Iglesia,
no, es todavía joven y a veces ardiente;
y, a menudo, a pesar de nebulosas resacas,
necesitado y celoso.
A él no le gustan las viejas,
tampoco a mí los ancianos:
¡de qué modo tan sorprendente y sabio
ha arreglado Dios todo!

La Iglesia, sabedora de vivir, rostro
y corazón pone a prueba.
Siempre dispuesta a perdonarme,
—¡quién no me perdonaría!—.
Uno rumorea con la boca pequeña,
se hace una reverencia, ¡y adiós!
Y con el nuevo pecadillo,
el antiguo se suprime.

Alabado sea Dios en la tierra,
que ama a las jóvenes atractivas;
y ese trastorno del corazón, con gusto,
a sí mismo se perdona.
Mientras siga siendo atractivo mi cuerpecito,
ser piadosa vale la pena:
¡que el diablo me despose
cuando sea vieja achacosa!

Friedrich Nietzsche 

En el sur:

Así me cuelgo de una rama torcida,
balanceando mi cansancio.
Un pájaro me invitó a su casa,
su nido me sirve de parada.
¿Dónde estoy? ¡Ay, lejos! ¡Muy lejos!

El blanco mar se ha quedado dormido,
y sobre él purpúrea vela.
Peñascos, higuera, torre y puerto,
a mi alrededor idilios, balidos de corderos...
¡Tómame, inocencia del sur!

Ir paso a paso —esto no es vida;
siempre una pierna tras otra —te vuelve alemán y pesado.
Ordené al viento elevarme hacia arriba,
aprendí a planear con los pájaros;
hacia el sur, sobrevolé el mar.

¡Razón! ¡Molesto negocio!
Demasiado pronto nos lleva a la meta.
Volando aprendí lo que de mí se burlaba;
ya siento el valor, la sangre, la savia
para una nueva vida, un nuevo juego...

Al pensar a solas lo llamo sabio;
pero cantar a solas —¡es de estúpidos!
Oíd una canción a vuestro honor
y, en silencio, haced un círculo
en torno a mí, ¡malos pájaros!

Tan jóvenes, tan falsos, tan intrigantes,
¿acaso me parecéis hechos para amar
y para pasar bellamente el tiempo?
En el norte —me cuesta confesarlo—
amé a una moza, horrorosamente vieja:
«la verdad», se llamaba...

Friedrich Nietzsche 

jueves, 15 de octubre de 2015

Vocación de poeta:

Hace poco, parándome a descansar
sobre un frondoso árbol,
oí un delicado tictac,
ligero, cadencioso.
Disgustado, hice una mueca,
aunque, finalmente, cedí;
hasta que, igual que un poeta,
acabé hablando al compás del tictac conmigo mismo.

 Mientras saltaba —¡ale!—
de sílaba en sílaba haciendo versos,
tuve de repente que reír y reír
durante un cuarto de hora.
¿Tú, un poeta? ¿Tú, un poeta?
¿Estás tan mal de la cabeza?
«Sí, señor, usted es un poeta»,
da un respingo el pájaro carpintero.

¿A quién aguardas impacientemente
aquí, en este bosquecillo?,
¿a quién acecho cual bandido?
¿Es sentencia? ¿Es imagen?
Pronto mi rima se abalanzará sobre ello.
Pues todo cuanto repta y da saltos
lo arregla el poeta en versos.
«Sí, señor, usted es un poeta»,
da un respingo el pájaro carpintero.

¿Acaso son mis rimas como saetas?
¡Cómo se agita, salta y tiembla
cuando la saeta penetra en las partes nobles
del cuerpecito de la lagartija!
¡Ah, pobres diablos, u os morís
o dais tumbos como borrachos!
«Sí, señor, usted es un poeta»,
da un respingo el pájaro carpintero.

¡Agudas sentencias apresuradas!
Pequeñas letras ebrias,
¡cómo se apretujan!
Hasta que, renglón a renglón,
todos colgáis de la cadena del tictac.
¿Y hay gentuza cruel
que se alegra de todo ello?
¿Son los poetas —mala gente?
«Sí, señor, usted es un poeta»,
da un respingo el pájaro carpintero.

¿Te burlas, pájaro? ¿Haces chanza de mí?
¿Está tan mal mi cabeza,
y todavía peor mi corazón?
«Sí, señor, usted es un poeta»,
da un respingo el pájaro carpintero.

Friedrich Nietzsche

A Goethe:

¡Lo imperecedero
es sólo tu símbolo!
Dios, el capcioso,
es astucia de poetas...

Rueda del mundo, mientras gira,
roza meta tras meta:
penuria, dice el rencoroso,
juego, dice el demente.

Juego del mundo, fuerza dominante,
mezcla de ser y apariencia:
¡y que dentro nos mezcla a nosotros,
la eterna demencia!...

Friedrich Nietzsche

lunes, 7 de septiembre de 2015

Alerta, hombre:

¡Alerta, hombre!
¿Qué dice la profunda medianoche?
¡He dormido, he dormido!
¡He despertado de mi profundo sueño!
¡El mundo es profundo,
y más profundo de lo que pensaba el día!
¡Profundo es su dolor!
¡El placer es más profundo aún que el sufrimiento!
El dolor dice: ¡Pasa!
Mas todo placer quiere eternidad,
¡quiere profunda, profunda eternidad!


Friedrich Nietzsche

jueves, 3 de septiembre de 2015

Selah:

 «El desierto crece. ¡Ay de quien dentro de sí cobija desiertos!

¡Ah, qué solemne
qué efectivamente solemne!
¡Qué digno comienzo,
africanamente solemne!
Digno de un león
o de un mono aullador moral.
Mas esto no va con vosotras,
dulces amigas,
a cuyos pies, por primera vez
les es dado snetarse, bajo las palmeras
a un europeo. ¡Selah!

¡Maravilloso, en verdad!
Heme aquí sentado
cerca del desierto, y, empero,
tan lejos del desierto,
sin la menor desolación de desierto,
devorado por el más diminuto de los oasis,
pues justamente abrió al bostezar
su amable hocico,
el más perfumado de los hocicos,
y yo caí en su fondo,
abajo y a través, entre vosotras,
deliciosas amigas. ¡Selah!

¡Gloria, gloria a aquella ballena,
si así veló por el bienestar de su huésped!
¿Entendéis mi docta alusión?
¡Bendito sea su vientre
si fue, como éste,
un encantador vientre de oasis!
Pero lo dudo,
pues yo vengo de Europa,
que es más incrédula que todas
las esposas de cierta edad.
¡Dios las mejore!
¡Amén!
Heme aquí sentado
en éste, el más diminuto de los oasis,
semejante a un dátil,
sazonado, almibarado, chorreando oro,
ávido de una boca redonda de muchacha,
y más aún de helados, níveos
incisivos cortantes,
virginales, por los que pena
el corazón de todo ardiente dátil. ¡Selah!

Semejante, demasiado semejante
a esos frutos del mediodía,
esto tumbado aquí,
rodeado de pequeños
insectos alados
que danzan y juegan,
y también de ideas y de anhelos
más pequeños aún,
más locos, más malignos,
en medio de vosotras,
muchachas-gato,
silenciosas y llenas de presentimientos,
Dudu y Suleika;
«Circumefingeado», si puedo meter en una palabra nueva
muchos sentimientos y muchas significaciones
(¡Dios me perdone este pecado lingüístico!).
Estoy sentado aquí, respirando un aire inmejorable,
aire del paraíso, ciertamente,
claro aire tenue y dorado,
todo el aire puro
que ha caído de la luna.
¿Ocurrió esto por azar,
o tal vez por petulancia,
como cuentan los viejos poetas?
Mas yo, el dubitativo, lo dudo,
pues vengo de Europa,
que es más incrédula que todas
las esposas de cierta edad,
¡Dios las mejore!
¡Amén!

Aspirando este aire delicioso,
con las narices hinchadas como vasos,
sin futuro y sin memoria,
así estoy sentado aquí,
deliciosas amigas;
y contemplo la palmera
que, cual una bailarina,
se arquea, se dobla y se balancea sobre sus caderas
(¡cuando se la mira mucho se acaba por imitarla!),
cual una bailarina que ha estado
largo tiempo, peligrosamente largo tiempo,
siempre, sobre una de sus piernas,
¿y por eso olvidó la otra?
En vano, al menos, he buscado
la alhaja gemela
(es decir, la otra pierna)
en la santa vecindad
 de su graciosa y arrebatadora
faldita emperifollada, ondulante como un abanico.
Si, si me queréis creer,
mis lindas amigas,
¡la he perdido!
¡Se ha perdido,
desaparecido para siempre
la otra pierna!
¡Lástima! ¡Era tan deliciosa!
¿Dónde estará y llorará su abandono
esa pierna solitaria?
Llena de miedo, acaso,
ante un fiero y monstruoso león
de dorada melena,
o incluso ya roída y devorada,
¡ay, ay! ¡Miserablemente devorada! ¡Selah!

¡Oh, no lloréis más,
tiernos corazones!
¡No lloréis,
corazones de dátiles, senos de leche,
corazones de regaliz!
¡No llores más, pálida Dudu!
¡Sé hombre, Suleika! ¡Valor, valor!
¿Por ventura haría aquí falta
algún tónico, algún cordial,
una máxima llena de unción,
una exhortación solemne...?
¡Yérguete, dignidad,
dignidad virtuosa, dignidad europea!
¡Sopla, sopla de nuevo,
soplillo de la virtud!
¡Oh!
Rugir de nuevo,
rugir moralmente,
como un león moral,
¡rugir ante las hijas del desierto!
Pues el rugido de la virtud,
arrebatadoras muchachas,
es sobre todo,
el ardiente deseo, ¡el hambre voraz del europeo!
Y ved ya en mí
al europeo.
¡No puedo remediarlo!
¡Que Dios me asista,
amén!

El desierto crece. ¡Ay de quien dentro de sí cobija desiertos!»

Friedrich Nietzsche

Sólo un loco, sólo un poeta:

Cuando el aire se hace menos luminoso
cuando ya el rocío consolador
desciende gota a gota sobre la tierra,
invisible y silencioso,
pues calza finos borceguíes
como todos los dulces consoladores,
entonces tú recuerdas
—¡tú lo recuerdas, oh, corazón ardiente!—
cómo tenías sed en otro tiempo,
sed de lágrimas celestes y gotas de rocío,
sed que te abrasaba y te fatigaba,
mientras en las praderas, las sendas doradas
por los malignos rayos del poniente,
a través de los espesos árboles, llegaban a ti,
rayos ardientes, deslumbradores y malignos de sol.
¿El pretendiente de la verdad? ¿Tú? Así se burlaban.
¡No, un poeta solamente!
Una bestia astuta, rapaz, furtiva,
que tiene que mentir,
que tiene que mentir a sabiendas, voluntariamente,
ansiosa de su presa,
enmascarada de colorines,
máscara para sí misma,
presa para sí misma.
¿Eso —el pretendiente de la verdad?
¡Bah! ¡Un pobre loco, un simple poeta!
Sólo un parlanchín pintoresco,
que perora tras una máscara abigarrada de loco,
que divaga sobre los engañosos puentes de palabras,
sobre arcos iris multicolores,
entre falsos cielos y falsas tierras,
y vagando de acá para allá.
¡Sólo un loco! ¡Sólo un poeta!
¿Eso —el pretendiente de la verdad?
No silencioso, rígido, liso y frío,
metamorfoseado en imagen,
en columna de Dios,
no plantado ante ningún templo
como guardián del umbral de un dios.
¡No! Enemigo de todas esas estatuas de la verdad,
más familiarizado con las selvas que con los templos,
lleno de petulancia felina,
saltando por todas las ventanas,
lanzándose a todo azar,
husmeando en toda selva virgen,
presa de apetito y deseos
de correr por las selvas vírgenes
entre las fieras de pintado pelaje,
sano, multicolor y bello como el pecado,
de correr robando, acechando, engañando,
con labios lascivos,
bienaventuradamente burlón, bienaventuradamente infernal,
bienaventuradamente sediento de sangre;
o bien, semejante a las águilas que largo tiempo,
largo tiempo, fijan la vista en los abismos,
¡en sus abismos!—
¡Oh, cómo vuelan en círculo
hacia abajo, hacia dentro,
al fondo del abismo cada vez más profundo!
Luego,
de pronto, en línea recta,
plegadas las alas,
caen sobre los corderos,
ávidas de corderos,
detestando las almas de corderos,
odiando con furor a todo lo que tiene
mirada de cordero, lana rizada,
aspecto gris, borreguil benevolencia de cordero.
Tales son,
de águila y de pantera,
los anhelos del poeta.
¡Así son tus anhelos, bajo mil máscaras,
oh loco, oh poeta!
Tú, el que en el hombre viste
tanto un Dios como un cordero.
Despedazar a Dios en el hombre,
despedazar al cordero en el hombre,
y reír al desgarrar:
¡ésa, ésa es tu felicidad!
La felicidad de un águila y de una pantera.
¡La felicidad de un poeta y un loco!
Cuando el aire se hace menos luminoso,
cuando ya el alfanje de la media luna
desliza sus rayos verdes, envidiosos,
entre la púrpura del poniente
—hostil al día,
a cada paso, furtivamente,
segando praderas de rosas
hasta que éstas caen,
se hunden pálidas hacia la noche.—
Fatigado del día, enfermo de luz,
así caí yo mismo en otro tiempo
desde la locura de mi verdad,
desde mi anhelo del día,
me hundí hacia la noche, hacia la sombra,
¿Te acuerdas aún, te acuerdas, corazón ardiente,
de cómo entonces tenías sed?
abrasado por la sed de una sola verdad.
¡Que sea yo desterrado
de toda verdad!
¡Sólo un loco! ¡Sólo un poeta!

Friedrich Nietzsche

miércoles, 2 de septiembre de 2015

El poeta: el tormento del creador:

¿Quién me da calor, quién me ama todavía?
¡Dadme manos ardientes!
¡Dadme corazones ardientes!
Tendido, temblando de horror,
como un moribundo a quien calientan los pies,
estremecido, ay, por fiebres desconocidas,
temblando ante las punzantes y heladas
felchas del escalofrío,
¡acosado por ti, pensamiento,
innombrable, velado, espantoso,
tú, cazador oculto tras de las nubes!
Fulminado a tierra por ti,
ojo sarcástico, que me miras desde la sombra,
así yazgo.
Me encorvo, me retuerzo, atormentado
por todas las torturas eternas,
herido por ti, el más cruel cazador,
¡desconocido — Dios!
¡Hiere más hondo! ¡Hiere otra vez!
¡Traspasa, desgarra este corazón!
¿Por qué esta tortura
con flechas sin punta?
¿Por qué vuelves a mirar,
no conmovido por el dolor humano,
con ojos crueles como rayos divinos?
¿No quieres matar, sólo torturar, torturar?
¿Por qué torturarme a mí,
tú, cruel, desconocido Dios?
¡Ah, cómo te acercas arrastrándote
en esta medianoche!
¿Qué quieres? ¡Habla!
Me acosas y me oprimes,
¡Ah, ya te pasas! ¡Fuera, fuera!
Me oyes respirar,
espías mi corazón:
¡Estás celoso! ¿De qué tienes tú celos?
¡Quítate, quítate! ¿A qué esa escala?
¿Quieres entrar en mi corazón,
penetrar en mis pensamientos más íntimos?
¡Impúdico, desconocido — ladrón!
¿Qué quieres arrancarme con tus torturas?
¡Tú, torturador! ¡Tú —Dios-verdugo!
¿Habré de arrastrarme, como un perro,
delante de ti,
y, ebrio de entusiasmo,
fuera de mí,
menear la cola sumiso
y ofrecerte mi amor?
¡En vano! ¡Pincha otra vez,
tú, el más cruel de los aguijones!
Yo no soy un perro; sólo soy tu presa,
¡oh cazador, el más cruel de los cazadores!,
tu más altivo prisionero,
¡oh, salteador oculto tras las nubes!
¡Habla de una vez! ¿Qué quieres de mí?
¡Salteador de caminos, oculto por el rayo,
desconocido, habla!
¿Qué quieres tú, desconocido Dios?
¡Cómo! ¿Un rescate?
¿Cuánto de rescate?
¡Pide mucho! ¡Mi orgullo te lo aconseja!
Y di pocas palabras. Te lo aconseja mi segundo orgullo.
¡Ah, conque es a mí a quien quieres, todo entero!
¡Ah, ah, y me torturas, necio,
torturas mi orgullo!
¡Dame amor! ¿Quién me calienta todavía?
¿Quién me ama aún? ¡Dame manos ardientes!
¡Dame corazones ardientes!
A mí, ay, el más solitario,
al que el hielo más profundo enseña a desear
incluso enemigos.
¡Dame, sí, entrégame, enemigo!
¡Dame — a ti mismo!

¡Partió!
¡Huyó también él!
mi único y último amigo,
mi gran enemigo,
mi desconocido,
¡el Dios-verdugo!
¡No! ¡Vuelve, vuelve, con todas tus torturas!
¡Vuelve, oh,
al último de todos los solitarios!
¡Todos los ríos de mis lágrimas
corren hacia ti!
¡Y la postrera lágrima de mi corazón
para ti se alza ardiente!
¡Oh, vuelve,
Dios desconocido mío!
¡Mi dolor! ¡Mi última — felicidad!

Friedrich Nietzsche

viernes, 24 de julio de 2015

Broma, astucia y venganza:

1. Invitación
Atreveos con mi dieta, comilones.
Mañana os sabrá mejor,
y pasado mañana, hasta buena.
Entonces querréis aún más.
No otra cosa hacen mis siete recetas de siempre,
insuflándome ánimos nuevos.

2. Mi dicha
Desde que me cansé de buscar,
aprendí a encontrar.
Desde que un viento me plantó cara,
navego con todos los vientos.

3. Intrépido
Donde estés, ¡cava profundo!,
que debajo está la fuente.
Deja que los hombres sombríos griten:
«¡Abajo siempre está el infierno!».

4. Diálogo
¿Estaba enfermo? ¿Estoy curado?
¿Quién ha sido mi médico?
¡He olvidado todo!
B. -Ahora sí que estás curado:
porque curado está quien olvida.

5. A los virtuosos
También nuestras virtudes
han de alzar los pies con ligereza:
¡como los versos de Homero, deben venir e irse!

6. Inteligencia mundana
¡No te quedes en el llano!
¡No subas hasta la cima!
El mundo se ve más bello
desde media altura.

7. Vademecum-Vadecum
¿Te atraen mis modales y mi lenguaje?
¿Me sigues, marchas tras de mí?
Sólo marcha fiel detrás de ti mismo:
sólo así me sigues... ¡poco a poco! ¡Poco a poco!

8. A la tercera muda de piel
Ya mi piel se me levanta y reseca.
Y ansía tierra la serpiente
con tanto más deseo
cuanto más tierra ha digerido.
Ya, hambriento, por caminos torcidos,
me arrastro entre piedras y yerba,
para comer lo que siempre he comido,
¡a ti, dieta de serpiente, tierra!

9. Mis rosas
Sí, mi dicha quiere hacer feliz.
Toda dicha quiere, en efecto, hacer feliz.
¿Queréis coger mis rosas?
Tenéis que agacharos y ocultaros
entre zarzas y rocas,
¡chupaos los deditos de vez en cuando!
Porque a mi dicha le gusta bromear.
Porque a mi dicha le gusta ser maliciosa.
¿Queréis coger mis rosas?

10. El despectivo
Mucho he dejado caer y rodar,
y me llamáis despectivo por ello.
Quien apura hasta la última gota de copas llenas,
deja que caiga y ruede mucho.
Mas no por ello piensa mal del vino.

11. Dice el refrán
Qué es afilado, grosero y suave a la vez,
confiado y raro, sucio y puro,
donde se dan cita el loco y el cuerdo.
Todo esto soy yo, quiero serlo:
¡paloma, serpiente y cerdo a la vez!

12. A un amigo de la luz
Si quieres que tus ojos y tus sentidos
no desfallezcan,
sigue el sol aun por la sombra.

13. Para bailarines
Hielo resbaladizo: un paraíso
para quien sabe bailar bien.

14. El valiente
Mejor una enemistad de una pieza
que una amistad pegada a retazos.

15. Herrumbre
También necesitas herrumbre,
no basta con estar afilado.
O siempre, de lo contrario, dirán de ti:
«Aún des demasiado joven».

16. Hacia arriba
¿Cómo subo mejor a la montaña?
¡Simplemente sube, y no pienses en ello!

17. Máxima del violento
¡Nunca pidas nada! ¡Deja de lamentarte!
¡Coge, coge siempre, te lo pido!

18. Almas estrechas
Me horrorizan las almas estrechas;
uno no encuentra en ellas nada bueno,
pero tampoco casi nada malo.

19. El seductor involuntario
Para pasar el tiempo,
disparó al aire una palabra huera
-y cayó, sin embargo, así una mujer.

20. Digno de considerar
Un dolor doble es más fácil de soportar
que un dolor: ¿quieres atreverte a ello?

21. Contra el darse aires
No te hinches: de lo contrario,
un simple pinchazo te llevará al suelo.

22. Hombre y mujer
«Rapta con violencia a la mujer
por la que tu corazón vibra.»
Así piensa el hombre;
la mujer no rapta, roba.

23. Interpretación
Cuando me interpreto, estoy implicado:
no puedo interpretarme a mí mismo.
Sólo quien asciende a su propio camino
conduce mi imagen hacia una luz más clara.

24. Cura de pesimistas
¿Te quejas porque no hallas nada sabroso?
¿Sigues, amigo, con tus viejos caprichos?
Te oigo renegar, alborotarte, escupir,
así me quebrantas la paciencia y el corazón.
Sígueme, amigo mío, y decide
tragarte un sapito gordo por ti mismo,
rápidamente, sin parar mientes en él:
te ayudará en tu dispepsia.

25. Petición
Conozco el alma de muchos
mas no sé quién yo soy,
mi mirada está demasiado cerca,
no soy lo que he visto y veo;
me sería más útil
si me pudiera sentar más lejos.
¡No, en verdad, tan lejos como mi enemigo!
¡Incluso demasiado lejos está mi cercano amigo!
¡Pues entre él y yo un punto medio!
¿Adivináis lo que os pido?

26. Mi dureza
Tengo que pasar por cien escalones,
tengo que subirlos, y ya oigo vuestras voces:
«¡Qué duro eres! ¿Acaso somos de piedra?».
Tengo que pasar por cien escalones,
y a nadie le gusta ser escalón.

27. El caminante
«¡Ya no hay camino! En torno sólo queda el abismo
y un silencio mortal.»
¡Así lo querías!
¡Tu voluntad se apartó del camino!
¡Es tu hora, paseante!
¡Es la hora de la mirada clara y de la sangre fría!
Perdido estás si crees -¡en el peligro!

28. Consuelo para principiantes
Contemplad al niño entre gruñidos de cerdos,
desvalido, con los pies encogidos.
Sólo puede llorar, nada más que llorar,
¿Aprenderá alguna vez a levantarse y andar?
¡No tengáis miedo! Pronto, supongo,
podréis ver al niño bailar.
Una vez levantado sobre sus dos piernas,
será capaz de sostenerse hasta sobre su cabeza.

29. Egoísmo estelar
Si no rodase en torno a mí,
semejante a un redondo tonel,
¿cómo soportaría, sin quemarme,
correr tras el ardiente sol?

30. El prójimo
Prefiero que el prójimo no esté cerca:
¡más bien lejos y a distancia!
¿Cómo si no se convertiría en mi estrella?

31. El santo disfrazado
Para que tu felicidad no nos deprima,
te envuelves con diabólicas artimañas,
con ingenio y vestimenta diabólicos.
¡Aunque todo en vano!
Mas cuando miras,
¡la santidad surge de tu mirada!

32. El esclavo
A.-Está de pie y escucha:
¿qué es lo que le lleva a equívocos?
¿Qué es lo que zumba en sus oídos?
¿Qué es lo que le ha dejado postrado en tierra?
B.-Como todo el que ha llevado alguna vez cadenas,
escucha por doquier... su sonido.

33. El solitario
¡Qué odiosos me resultan el seguir y el dirigir!
¿Obedecer? ¡No! ¡Y tampoco mandar!
Nadie temerá a quien no se teme a sí mismo.
Y sólo puede dirigir a los otros quien causa temor.
¡Si hasta dirigirme a mí mismo me resulta odioso!
Como el animal del bosque y del mar,
me gusta perderme durante un buen ratito,
recogido, meditabundo, en benévolo extravío,
atrayéndome, desde la lejanía, finalmente, al hogar,
para así seducirme... a mí mismo.

34. Séneca at hoc genus omne [y su especie].
Escribe una y otra vez
sus insoportables y sabias sandeces,
como si valiera el primum scribere,
deinde philosophari [primero escribir, luego filosofar].

35. Helado
En efecto, algunas veces hago helado:
¡pues muy provechoso es el helado para digerir!
Si tuvieseis que digerir mucho,
¡cómo os gustaría mi helado!

36. Escritos de juventud
El Alfa y Omega de mi sabiduría
sonaron aquí. ¿Qué escuché?
Hoy han dejado de sonarme así;
sólo sigo oyendo los eternos ¡Ah! y ¡Oh!
de mi juventud.

37. Cuidado
Por esas tierras no conviene viajar ahora;
y si tienes espíritu, redobla tu precaución.
Aquí se te atrae y se te ama hasta el desgarro:
¡en espíritus tan exaltados siempre falta el espíritu!

38. Habla el piadoso
¡Dios nos ama porque nos creó!
-«El hombre creó a Dios»,
así dice el sutil sobre el asunto.
¿Y no debe amar lo que creó?
¿Acaso no deberá negarlo porque lo creó?
Este argumento cojea, lleva la pezuña del diablo.

39. En el verano
 ¿Debemos comer el pan nuestro
con el sudor de nuestra frente?
Sudando no conviene comer nada,
así opinan los sabios médicos.
La canícula advierte: ¿qué le hace falta?
¿Qué indica su ardiente aviso?
¡Con el sudor de nuestra frente
debemos beber nuestro vino!

40. Sin envidia
Sí, él mira sin envidia alguna,
¿y lo alabáis por ello?
Al tener ojo de águila para la lejanía,
él no mira a vuestros honores,
tampoco os ve: ¡sólo ve estrellas, estrellas!

41. Heraclitismo
Toda dicha terrena
la proporciona, amigos, el combate.
Sí, para ser amigos
se necesita el humo de la pólvora.
Los amigos son uno mismo en tres casos:
hermanos en la necesidad,
iguales ante los enemigos,
y libres -¡ante la muerte!

42. Principio de los demasiado sutiles
¡Es mejor ir de puntillas
que a cuatro patas!
¡Es mejor ir por rendijas
que por puertas abiertas!

43. Consejo
¿Tienes como objetivo la gloria?
Ten en cuenta esta lección:
renuncia a tiempo,
libremente, ¡al honor!

44. El profundo
¿Un investigador? ¡Ahórrate esta palabra!
Sólo soy pesado -¡y no con pocas libras!
Así caigo, caigo continuamente,
¡hasta que llego al fondo!

45. Para siempre
«Llego hoy porque hoy me conviene»
-así piensa siempre el que viene para siempre.
¿Qué le importa que el mundo le esgrima?:
«¡Vienes demasiado pronto! ¡Vienes demasiado tarde!»

46. Juicio del fatigado
Todos los demacrados lanzan maldiciones contra el sol.
De los árboles tan sólo aprecian -¡su sombra!

47. Descenso 
«Se hunde, ahora cae» -os burláis a veces-;
a decir verdad, hacia vosotros desciende.»
Ahíto de felicidad, ésta se convirtió en pesadumbre.
Ahíto de luz, va tras vuestra oscuridad.

48. Contra las leyes
Desde hoy, colgado de mi cuello,
en una cinta de crin,
cuelga el reloj de las horas.
Desde hoy cesará el curso de los astros,
sol, sombras y canto de los gallos,
y cuanto me anuncia siempre el tiempo
estará ahora mundo, sordo y ciego:
ahora calla para mí toda la naturaleza,
en el tictac de la ley y de la hora.

49. Habla el sabio
Alejado del pueblo, aunque útil al pueblo,
marcho por el camino, ya sol, ya nube,
¡y siempre sobre este pueblo!

50. Perder la cabeza
Ella ahora tiene espíritu, ¿cómo es que lo encontró?
Por su culpa, un hombre recientemente
perdió el juicio.
Antes de perder el tiempo, era una gran cabeza,
Al diablo se fue su cabeza... ¡No! ¡No! ¡A la mujer!

51. Deseos piadosos
«Ojalá que todas las llaves
se perdieran de repente,
y en cada cerradura
girasen las ganzúas.»
-Éste ha sido siempre el sentir
de quien es ganzúa.

52. Escribir con el pie
No escribo sólo con la mano:
pues el pie siempre quiere escribir conmigo.
Corre firme, libre, valiente,
bien por el campo, bien por el papel.

53.  «Humano, demasiado humano.» Un libro.
Melancólico y pusilánime si miras atrás.
Confiando en el futuro donde a ti mismo confías.
¿Oh, pájaro, te cuento entre las águilas?
¿Eres el búho favorito de Minerva?

54. A mi lector
¡Yo te deseo un buen estómago
y buena dentadura!
Una vez que pruebes mi libro,
seguro que
estarás de acuerdo conmigo.

55. El pintor realista
«Ser fiel a la naturaleza por completo» ¿Cómo lo hace?
¿Acaso una vez que fuera ésta
despachada en una imagen?
¡Infinito es el más pequeño fragmento del mundo!
Él sólo pinta lo que le gusta.
¿Y qué le gusta? ¡Lo que sabe pintar!

56. Vanidad de poeta
Sólo dadme pegamento que, enseguida,
encontraré la madera para el pegamento.
Dar sentido a cuatro rimas absurdas,
¡no es cosa que haga cualquiera!

57. Gusto exigente
Si se me dejara elegir,
elegiría gustosamente un pequeño sitio
en medio del paraíso,
mejor aún, ¡a su puerta!

58. La nariz torcida
Altivamente, mira la nariz
a la tierra, sus ventanas se ahuecan.
Caes, pues, rinoceronte sin cuerno,
mi orgulloso hombrecillo,
siempre de frente.
Y siempre se encuentran
torcida nariz y tieso orgullo.

59. La pluma garabatea
La pluma garabatea: ¡demonios!
¿Condenado estoy a tener que garabatear?
Con osadía agarro el tintero,
y escribo utilizando gruesos ríos de tinta.
¡Cómo fluye, tan rebosante, tan ancha!
¡Qué bien me sale lo que hago!
A decir verdad, la letra no es clara.
¿Y qué más da? Pues, ¿quién lee lo que yo escribo?

60. Hombres superiores
A éste se le debería alabar por ascender,
mas aquél siempre viene de las alturas.
Y vive allí donde no le llega la alabanza,
¡pues él es de las alturas!

61. Habla el escéptico
Ha pasado la mitad de tu vida.
La aguja avanza, el alma se estremece.
Durante mucho tiempo ella vagó,
buscando y no hallando... ¿y ahora titubea?
Ha pasado la mitad de tu vida:
huno dolor y error, hora tras hora.
¿Qué buscas aún? ¿Por qué?...
Precisamente busco eso: ¡el porqué de los porqués!

62. Ecce Homo
¡Sí! ¡Sé muy bien de dónde procedo!
Tan insaciable como la llama,
ardo y me consumo.
Todo cuanto toco luz se hace,
todo cuanto abandono, carbón:
llama soy, de eso seguro.

63. Moral estelar
Predestinada a la órbita estelar,
¿qué te importa, estrella, la oscuridad?
Rueda bienaventurada por este tiempo.
¡Que tu pena te sea extraña y remota!
Tu brillo pertenece a un mundo más lejano:
la compasión debe ser para ti pecado.
¡Que ser pura sea tu único mandato!

Friedrich Nietzsche