Vuelvo a ver las palomas de San Marcos
silenciosa en la plaza, la mañana allí descansa.
Envuelto en su suave frescor, ocioso,
envío canciones al azul, cual bandadas de palomas.
Y para colgar en sus plumas otra rima,
de nuevo las atraigo.
¡Mi felicidad! ¡Mi felicidad!
Tú, silenciosa bóveda celeste, cerúlea, sedosa,
¡cómo flotas amparando el abigarrado edificio!
Al que —¿cómo decirlo?—
amo, temo, envidio...
al que me gustaría beber su alma entera.
¿Nunca se la devolvería?
¡No, calla tú, prado de ojos maravillosos!
¡Mi felicidad! ¡Mi felicidad!
Tú, austera torre, ¡con leonina vehemencia,
te elevas hasta aquí, victoriosa, carente de esfuerzo!
Resuenas en la plaza con profundos sonidos
—¿serías en francés su accent aigû?
Igual que tú, aquí me quedaría,
sabiéndome impulsado suave como la seda...
¡Mi felicidad! ¡Mi felicidad!
¡Fuera! ¡Fuera, música!
Deja primero que las sombras
nublen y crezcan en la noche tibia y parda.
Es demasiado pronto para los ecos,
los adornos de oro no refulgen con brillo rosado.
Aún queda mucho, mucho día para fabular,
ir de puntillas, susurrar solo.
¡Mi felicidad! ¡Mi felicidad!
Friedrich Nietzsche
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