Mientras sea atractivo mi cuerpecito,
ser piadosa vale la pena.
Sabido es que Dios ama a las mujeres,
sobre todo cuanto más atractivas son.
Al pobre monje sin duda,
se perdonará gustosamente
el que, como todos los monjes,
prefiera estar a mi lado.
No se trata de un envejecido padre de la Iglesia,
no, es todavía joven y a veces ardiente;
y, a menudo, a pesar de nebulosas resacas,
necesitado y celoso.
A él no le gustan las viejas,
tampoco a mí los ancianos:
¡de qué modo tan sorprendente y sabio
ha arreglado Dios todo!
La Iglesia, sabedora de vivir, rostro
y corazón pone a prueba.
Siempre dispuesta a perdonarme,
—¡quién no me perdonaría!—.
Uno rumorea con la boca pequeña,
se hace una reverencia, ¡y adiós!
Y con el nuevo pecadillo,
el antiguo se suprime.
Alabado sea Dios en la tierra,
que ama a las jóvenes atractivas;
y ese trastorno del corazón, con gusto,
a sí mismo se perdona.
Mientras siga siendo atractivo mi cuerpecito,
ser piadosa vale la pena:
¡que el diablo me despose
cuando sea vieja achacosa!
Friedrich Nietzsche
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