¡De tu boca,
oh, tú, salivoso tiempo brujo
gotean lentamente las horas!
Tan en vano que mi tedio grita:
«¡Malditas, malditas sean
las fauces de lo eterno!».
El mundo... es de bronce:
un toro ardoroso, que no oye el griterío.
En mis huesos un volátil puñal ha marcado:
«No tiene el mundo corazón,
mas guardarle rencor por ello: ¡locura!».
¡Vierte, ahora, todo opio!
¡Vierte fiebre en mi cabeza!
Hace tiempo que pruebas mi mano y mi frente.
¿Qué preguntas? ¿Cómo? ¿Cuánto... cobras?
¡Maldita la ramera y su escarnio!
¡No! ¡Vuelve ya!
Afuera hace frío, oigo como llueve.
¿Acaso debería relacionarme con más ternura?
¡Toma! He aquí la pieza de oro: ¡cómo brilla!
¿Te llamaré «felicidad»?
¿Te bendeciré, fiebre?
¡La puerta salta!
¡La lluvia llega hasta mi cama!
El viento apaga la luz, ¿alguna otra desgracia?
Quien no tenga ahora cien rimas,
apuesto, apuesto,
que mal terminará.
Friedrich Nietzsche
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