Así me cuelgo de una rama torcida,
balanceando mi cansancio.
Un pájaro me invitó a su casa,
su nido me sirve de parada.
¿Dónde estoy? ¡Ay, lejos! ¡Muy lejos!
El blanco mar se ha quedado dormido,
y sobre él purpúrea vela.
Peñascos, higuera, torre y puerto,
a mi alrededor idilios, balidos de corderos...
¡Tómame, inocencia del sur!
Ir paso a paso —esto no es vida;
siempre una pierna tras otra —te vuelve alemán y pesado.
Ordené al viento elevarme hacia arriba,
aprendí a planear con los pájaros;
hacia el sur, sobrevolé el mar.
¡Razón! ¡Molesto negocio!
Demasiado pronto nos lleva a la meta.
Volando aprendí lo que de mí se burlaba;
ya siento el valor, la sangre, la savia
para una nueva vida, un nuevo juego...
Al pensar a solas lo llamo sabio;
pero cantar a solas —¡es de estúpidos!
Oíd una canción a vuestro honor
y, en silencio, haced un círculo
en torno a mí, ¡malos pájaros!
Tan jóvenes, tan falsos, tan intrigantes,
¿acaso me parecéis hechos para amar
y para pasar bellamente el tiempo?
En el norte —me cuesta confesarlo—
amé a una moza, horrorosamente vieja:
«la verdad», se llamaba...
Friedrich Nietzsche
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