Erraba en soledad por valle y cumbre,
como flota la nube por los cielos,
cuando vi de repente en muchedumbre
un tropel de dorados dafodelos,
bajo la fronda, junto al agua lisa
del lago azul, bailando entre la brisa.
Continuos cual los astros que en la vía
láctea titilan y arden hondamente,
su indefinida línea se extendía
por la margen de un abra transparente;
mi mirada diez mil de un golpe alcanza,
cabeceando en jubilosa danza.
Cerca el lago danzaba; mas al gozo
del agua el de las flores excedía.
¿Cómo no recibir con alborozo
un poeta tan jocunda compañía?
Miré y miré; mas sin tener conciencia
del gozo atesorado en su presencia.
Pues a menudo, si en mi lecho pierdo
el tiempo en ocio y vida imaginaria,
en íntima visión se abre al recuerdo
la beatitud del alma solitaria,
y de júbilo llenan y de vuelos
de danza, al corazón, los dafodelos.
Mi corazón da un brinco cuando observo
el iris en el cielo:
así fue, igual, al empezar mi vida,
así es ahora cuando soy un hombre,
así será cuando me vuelva un viejo,
¡oh dejadme morir!
El niño es padre del Hombre; ojalá
mis días tuvieran vinculados
por natural piedad unos con otros.
William Wordsworth
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