A estas almas inseguras
las detesto enconadamente.
Todo su honor es una tortura,
toda su alabanza, pesadumbre de sí y vergüenza.
Puesto que no me arrastro
por el siglo atado a su correo.
En su mirada dulcemente venenosa
me saluda desesperanzada envidia.
¡Ojalá tuvieran el valor de maldecirme
y despreciarme!
La búsqueda desvalida de estos ojos
se equivocará eternamente conmigo.
Friedrich Nietzsche
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