Arrodíllate y reza.
No. Navega,
navega sobre tu llanto.
Marinero:
lágrimas,
lágrimas,
lágrimas...
la nube... el río... el mar.
Que no me tejan pañuelos
sino velas.
Que no me consuele nadie,
que no me enjuguen el llanto,
que no me sequen el río.
Lloro para que no se muera el mar,
mi padre el mar, el mar
que rompe en las dos playas,
en las dos puertas sin bisagras del mundo,
con el mismo sabor viejo y amargo
de mi llanto. Yo soy el mar.
Soy el navegante y el camino,
el barco y el agua...
y el último puerto de la ruta.
Y allá,
más allá del mar...
al final de mis lágrimas
está la isla que busca el navegante.
Dios contó con mis lágrimas desde la víspera del Génesis.
Y ahí van corriendo, corriendo,
gritando
y aullando
desde el día primero de la vida, a la zaga del sol.
Luz...
cuando mis lágrimas te alcancen,
la función de mis ojos ya no será llorar
sino ver.
Canalizaremos nuestras lágrimas
y regaremos nuestra hacienda:
hemos llorando en el desierto.
Se acuñará la lágrima
como se acuña el oro.
Y un hombre sin llanto
será una bolsa vacía.
Pero todos tendremos para pagar la entrada.
Y en la gran fiesta del Juicio Final
nos sentaremos junto al Padre con el Arcángel,
como los héroes y como los santos.
Yo soy el hijo de mi carne, de mi predio,
de lo que da mi cuerpo: lágrimas.
El hombre es hijo de sus lágrimas...
y Dios no da nada de balde.
Todo se paga con sangre y con el sudor de la sangre,
¡con llanto, con llanto!
y se gana la luz... como se gana el pan.
Hay una puerta que Dios no puede abrir
y un murallón que no puede tumbar.
Ahora soy yo quien tiene que descubrir salidas y horizontes,
y Dios no puede hacer más que esperar... ¡que esperarme!
León Felipe
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