Las enramadas en las que, en sueños, veo
los más traviesos pájaros cantores,
son labios... y toda tu melodía
de palabras nacidas en los labios;
tus ojos, en el cielo del corazón atesorados,
cayeron luego desoladamente
¡oh, Dios!, sobre mi fúnebre espíritu
como luz de estrellas sobre un sudario;
tu corazón, ¡tu corazón!... me despierto y suspiro,
y me duermo para soñar hasta que llegue el día
con la verdad que el oro nunca puede comprar...
y con las fruslerías que quizá sí pueda.
Edgar Allan Poe
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