Anochecer:
Primavera con lluvia:
nuestros bosques...
(Y el corazón bajo tierra,
y mis pasos en la hierba.)
La verdad de esos robles,
de esas montañas puras.
(Parecen increíbles
de tan desnudas.)
Un poniente que exalta
todas sus vagas mentiras.
Dichas a la deriva...
(Y el corazón se aísla.)
Y de pronto, las frías
estrellas (no son nuestras),
el silencio no nuestro,
la noche en que se escucha con sigilo
el paso de los dioses más antiguos.
2
Sagar-Dantza:
Esta tarde, en el prado
verde y rosa de oro,
bailan las muchachas
con sus sombras moradas.
Las leves nubecillas
se enredan en las ramas
y la brisa nos cuenta
secretos en voz baja.
Las muchachas ofrecen
-en un arco de sus brazos-
dos manzanas, y bailan
en círculo los astros.
Todo es sencillo, y noble,
y antiguo, y consabido.
Mas ¿quién es ese joven
que se mezcla a la danza?
Nadie sabe su nombre.
Las muchachas se espantan.
Tan sólo los ancianos
sonríen lo que callan.
¿Quién es? ¿Quién es? ¿Quién viene?
¿Quién surge siempre indemne?
Las muchachas no saben
que en su danza un dios vuelve.
Y entonces suena y salta,
diez por cien, cien por mil,
el dios pagano y vasco
del txistu y tamboril.
3
Shirimiri:
La lluvia llueve.
La lluvia canta.
La lluvia suma
sin fin nostalgias.
¡Melancolía!
Vida apagada.
Luz submarina,
plata oxidada
de los espejos
y las arañas.
Grutas secretas.
Calles sin alma.
Pienso en mí mismo.
No pienso nada.
Llueve igualando.
Llueve constancia.
Tras los visillos
una muchacha
está mirando
algo que calla.
La lluvia sigue.
La lluvia mansa.
Detrás presiento
mi fuerza vasca,
la luz de origen
contra la nada.
Trueno que truena,
vida que arranca,
caballo negro,
sudando plata,
visto y no visto
por mi nostalgia,
Urtzi galopa
por la montaña
Rayo en la niebla,
ronca llamada
del olvidado
dios que hoy me arrastra
mientras la lluvia
llueve sin alma.
Gabriel Celaya
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