A Pío Baroja
Los helechos, los robles, la llovizna,
la dulce tristeza
de no pensar.
Y luego, volver a andar,
en paz, sin más,
mojado lentamente, en la indistinta
continuidad.
¡Hay tanto que pensar!
¡Hay tanto que decir!
¡Hay tanto que llorar!
¡Y es tan larga mi historia!
Andar, andar
cerca del mar, borrado por la extraña inmensidad,
con la boina calada,
vacío el pensamiento,
envuelto en un cansancio sin memoria.
¡Oh neutro sentimiento
de la igualdad mortal!
Mi balada no se cuenta.
Mi balada es suceder.
No hay anécdota en mi vida.
Mi ser es querer no ser.
Entre olores a helecho mojado y perretxiko,
yo camino,
las solapas levantadas,
la cabeza hundida y quieta,
pensativo para nada.
Chillando -¿por qué?-, chillando, pasan raudas gabiotas.
Chillando allá.
Esta historia no se cuenta;
dura como la llovizna,
dura como la igualdad
contra el sol solo y puntual.
Me daba miedo el azul.
Me daba cielo
y me daba, en bruto, luz.
Era allí donde los hombres erigidos
se creían distintos uno de otro,
se endiosaban, estatuas, y cantaban solos, divos.
¡Que la lluvia me salve con su dulce oscuridad!
Apágate más y más,
apágate más, azul,
para que me nazca dentro
la paz del Norte sin luz.
Y andar entre la llovizna.
Y andar, andar, andar.
Porque el pájaro que hirieron en la niebla
no volverá.
No volveré. No volverá.
Pero el hombre colectivo, tú y yo juntos,
reinará.
En la paz, en la igualdad,
en la dulce oscuridad,
en la llovizna que sigue,
en lo triste que dura sin durar.
Gabriel Celaya
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