Cuando meditaba en silencio,
resolviendo mis poemas, juzgándolos, demorando,
se irguió ante mí un Fantasma de dudoso aspecto,
terrible en su belleza, en su lozanía, en su fuerza,
genio de los poetas de las naciones viejas,
y, lanzándome miradas como llamas,
señalando con el dedo muchos poemas inmortales,
y con voz amenazadora, ¿Qué cantas?, dijo,
¿No sabes que sólo hay un tema para los bardos inmortales?
Y ese tema es la Guerra, la suerte de las batallas,
la creación de soldados perfectos.
Así sea, respondí,
yo también, altiva Sombra, canto la guerra, y una
guerra más larga y más grande que las otras;
Está empeñada en mi libro con varia fortuna, con
huidas, con avances y retiradas, con la victoria
diferida e indecisa
(No obstante, la creo segura, o casi segura, al fin), el
campo de batalla es el mundo,
a vida o muerte, por el Cuerpo y por el Alma eterna,
he aquí que he llegado, entono el himno de las batallas,
y, sobre todo, estimulo el nacimiento de soldados valerosos.
Walt Whitman
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