Antaño sonreía una vaguada silenciosa
donde las gentes no habitaban;
se habían marchado a las guerras,
confiando a las estrellas de afables ojos,
por la noche, desde sus torres de azur,
el velar sobre las flores,
en medio de las cuales todo el día
la roja luz del sol se tendía indolente.
Ahora cualquier visitante confesará
la inquietud del triste valle.
No hay en él nada inmóvil;
nada sino en los aires que cavilan
sobre la mágica soledad.
¡Ah, no hay viento que agite aquellos árboles
que palpitan cual los gélidos mares
en torno de las neblinosas Hébridas!
¡Ah, no hay viento que empuje aquellas nubes
que susurran a través del cielo inquieto
intranquilas, desde el alba hasta el crepúsculo,
sobre las violetas que allí se encuentran
en miles de ejemplares para la visión humana;
sobre los lirios que allí ondean
y lloran sobre una sepultura sin nombre!
Ondean: de sus fragantes corolas
caen gota a gota rocíos eternos.
Lloran: de sus delicados tallos
descienden en gemas lágrimas perennes.
Edgar Allan Poe
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