Llueve y llueve.
¡Qué delicia sentirse en lo fluyente,
ser un hombre corriente!
Llueve: fiel definición
de lo que empieza y no acaba,
divinamente sin yo.
Llueve, y llueve, y llueve. Llueve,
llueve con constancia, ¡amor
de lo que siempre vuelve!
Llueve largo. Llueve lento.
Llueve muy, muy despacito.
¿Será Dios el que se anuncia?, ¡ay, tan lejos!
Llueve y llueve. Nada pasa.
Es decir, pasa la nada.
Llueve tan, tan de verdad, que se descansa.
Llueve sin más. Llueve tonto.
¡Mal tiempo!, dice la gente que vino a veranear.
¡Ay qué buen tiempo sin tiempo!, digo yo.
Con boina y con gabardina,
recorro el Paseo Nuevo,
vivo en lo gris y respiro. ¡Qué bien huele el mar abierto!
Mojado, llego hasta el Puerto
y me meto por Lo Viejo.
¡Cómo me sabe el buen vino de los cálidos pellejos!
Llueve y llueve. ¡Que se vayan
los hambrientos de una luz que al recortar fija y mata!
En mi país, todo es magia.
Gabriel Celaya
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