Por la mañana, al medio día, en la penumbra crepuscular,
¡María! ¡tú has oído mi himno!
En la alegría y en la aflicción, en el bien y en el mal,
¡madre de Dios, no me abandones!
Cuando las horas pasaban luminosas
y ni una nube oscurecía el cielo,
a mi alma, no fuese a extraviarse,
tu gracia la guió a los tuyos y a ti;
ahora que las tormentas del sino han derribado
oscuramente mi presente y mi pasado,
¡que mi futuro luzca radiante
con dulces esperanzas de ti y de los tuyos!
Edgar Allan Poe
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