El temblor de los bosques
de pinos, transparente;
el mar, allá, muy lejos;
el viento como ausente.
Ese mundo remoto
que vivo, siempre intacto,
donde soy quien fui, niño,
aunque me siento raro.
Todo es distante, todo
real aunque lejano.
Todo es como ese amor
que cuando beso, apago.
¡Oh fábulas, distancias,
cuentos nunca acabados!
¡Oh bosques misteriosos!
¡Oh mundo aún no empezado!
En el Norte, yo vivo.
En el Sur, todo es claro.
Hacia el Norte, perdido,
yo me siento imantado.
Cuando nieva, y el mundo
es puro, frío y claro,
y chocan los diamantes,
luz con luz, en lo exacto,
y todo tintinea,
y todo está parado,
yo me voy con los Elfos,
o ellos vuelven jugando.
En el Norte, los bosques
y el silencio aumentado
o lo extraño del hecho
más vulgar, visto en claro:
la ausencia que golpean
los números exactos,
y el oír en la nieva
cómo suenan los pasos,
remotos, ¡ay, remotos!,
distantes, mas pautados,
sonando de uno en uno,
contando, no sumando.
¡El bosque! ¡Nuestros bosques!
¡El temblor más callado!
La presencia invisible.
Lo locamente hallado.
Y la infancia, el recuerdo,
y el penúltimo dato:
la leyenda perdida,
¡oh tú, belleza, espanto!
En el bosque entrañable
y remoto -¡tan blanco!-,
el mundo coincidía
en luz con lo más raro.
Gabriel Celaya
:v
ResponderEliminar