El romance, que gusta de ovillarse y cantar,
con cabeza somnolienta y las alas plegadas,
entre las verdes hojas cuando se agitan
bien abajo en algún umbroso lago,
para mí un pintado periquito
había sido, un pájaro muy familiar,
que me enseñó mi alfabeto para decir,
para balbucir mi primerísima palabra
mientras en el bosque agreste estaba tendido,
yo, un niño, con mirada harto sagaz.
Últimamente, así sacudan los eternos
años del cóndor el mismo cielo en lo alto
tumultuosamente cuando tronando pasan,
no tengo tiempo para ociosos cuidados
en la contemplación del cielo inquieto.
Y si una hora de alas más serenas
arroja su plumón sobre mi espíritu,
para pasar un tiempo reducido
con lira y rima, ¡cosas prohibidas!,
mi corazón sentiría que es un crimen
a menos que temblara con las cuerdas.
Edgar Allan Poe
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