Helena, tu belleza es para mí
como aquellos barcos niceos de antaño
que suavemente, sobre un mar perfumado,
al viajero cansado, al que agotó el camino,
llevaban a su propia costa nativa.
En arriesgados mares habituada a vagar,
tu cabello de jacinto, tu rostro clásico,
tus aires de náyade me han traído en casa
a la gloria que fue Grecia
y a la grandeza que fue Roma.
¡Mira! ¡En el radiante hueco de tu ventana
cómo te veo erguida cual estatua,
con la lámparo de ágata en la mano!
¡Ah, Psique de las regiones
que son Tierra Santa!
Edgar Allan Poe
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