viernes, 3 de julio de 2015

Las coplas del Gran Conserje Pedro:

Yo llevaré la voz cantante y vosotros el estribillo
con lúgubre ritmo de allegretto.

(Copla)

Vino la guerra.
Y para hacer obuses y torpedos
los soldados iban recogiendo
todos los hierros viejos
de la ciudad. Y Pedro,
el Gran Conserje Pedro,
le dijo a un soldado: Tomad esto...
Y le dio las llaves del templo.

(Estribillo)

Pedro, Pedro...
el Gran Conserje Pedro
que ha vendido las llaves del templo.

(Copla)

Pedro...
Te dijo el Señor en los Olivos
cuando heriste con tu espada al siervo:
Mete esa espada en la vaina,
que yo sé a lo que vengo.
Y la metiste... con las cajas de caudales en el templo.

(Estribillo)

Pedro, Pedro,
el Gran Conserje Pedro,
amigo de soldados y banqueros.

(Copla)

Y ahora tenemos que ir al cielo
dando un gran rodeo
por el camino del infierno,
cavando un largo túnel en el suelo
y preguntando a las raíces y a los topos,
porque ya no hay campanas ni espadañas, Pedro
y los pájaros... todos tus pájaros se han muerto.

(Estribillo)

¡Pedro, Pedro,
todos tus pájaros se han muerto!

Sin embargo, señores, yo no soy un escéptico
y hay unas cuantas cosas en que creo.
Por ejemplo, creo en el Sol, en el Diluvio y en el estiércol;
en la blasfemia, en las lágrimas y en el infierno;
en la guadaña y en el Viento;
en el lagar, en la piedra redonda del amolador y en la piedra redonda del viejo molinero:
y en el hacha que derriba los árboles y descuartiza los salmos y los versos;
en la locura y en el sueño...
y en el gas de la fiebre también creo,
en ese gas ingrávido, expansivo y deletéreo,
antifilosófico, antidogmático y antidialéctico
que revienta los globos... los grandes globos, los globitos
y el cerebro.

Y creo
que hay luz en el rito,
luz en el culto
y luz en el misterio.

Creo
 que el agua se hace vino
y sangre el vino,
sangre de Dios y sangre de mi cuerpo.

Creo
que el trigo se hace harina
y carne la harina...,
carne de Dios y carne de mi cuerpo.

Creo
que un hombre honrado
cuando nos da su pan
tiene el cuerpo de Cristo entre los dedos.

Éste es mi credo. Éste es mi viejo credo
y pronto será el vuestro.
Ya lo iréis aprendiendo.
Con él entraremos
por la puerta norte y saldremos
por el postigo del infierno.
El infierno es un fin, es un medio...
(Nos salvaremos por el fuego.)
Y no es un fuego eterno.
Pero es, como las lágrimas, un elevado precio
que hay que pagarle a Dios, sin bulas ni descuentos,
para entrar en el reino de la luz,
en el reino de los hombres, en el reino de los héroes, en el reino
que vosotros habéis llamdo siempre el reino beatífico del cielo.

¡Vamos allá!
¿Estamos todos? Hagamos el último recuento:
Éste es el salmista, el que deshizo el salmo
cuando dijo con ira y sin consejo:
«Tú eres el Dios que venga mis agravios
y sujeta debajo de mí pueblos».
Y éste es el poeta luciferino, el que inventó el poema
esterilizado y antiséptico
y guardó en autoclaves la canción,
puritano, orgulloso y fariseo.
¡Oh, puristas y estetas!
Aún no está limpio vuestro verso
y su última escoria ha de dejarla
en los crisoles del infierno.
Aquí van los artistas sodomitas,
los pintores bizcos y los poetas inversos.
(No lloréis. Pero no digáis nada tampoco
que la Luz y el Amor se ven mejor torciendo
la mirada
y el sexo.
Ni llanto ni ufanía. Vamos al gran taller,
a la gran fragua donde se enderezan los entuertos.)
Aquél es el que grita, el hombre de la furia,
y aquel otro el que llora, el hombre del lamento.
Allá va el rey leproso y sifilítico,
éste es el bobo intrépido
y éste es el sabio tímido,
cargado de tarjetas y de miedo:
ni para decir e pur si muove
le ha quedado resuello.
Aquí van el juz y el gángster
los dos juntos en el mismo verso.
Éste es el Presidente demócrata y guerrero
que desnudó la espada en el verano
y debió desnudarla en el invierno.
(¡Ay del que se armó tan sólo
para defender su granero,
y no se armó para defender
el pan de todos primero!
¡Ay del que dice todavía:
nos proponemos conservar lo nuestro!)
Allí va el demagogo,
aquél es el banquero,
éstos son los cristianos
(que ahora se llaman los «cristeros»).
Y éste es el hombre de la mitra,
la bestia de dos cuernos,
el que vendió las llaves...
el Gran Conserje Pedro...

¡Aquí van todos!
Y aquí voy yo con ellos.
Aquí voy yo también, yo, el hombre de la tralla,
el de los ojos sucios... el blasfemo.

Sí.
Ahora ya sin hogar y sin reino,
sin canción y sin salmo,
sin llaves y sin templo...
yo la llevo, yo llevo hoy la carroza,
yo la llevo.

Sa va del salmo al llanto,
del llanto al grito,
del grito al veneno...
¡Arre! ¡Arre!
¡Y se gana la luz desde el infierno!

León Felipe

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