lunes, 6 de julio de 2015

El palacio encantado:

En el más verde de nuestros valles,
habitado por ángeles buenos,
en otro tiempo en bello y señorial palacio,
un palacio radiante, alzaba su cabeza.
¡En los dominios del monarca Pensamiento,
allí se levantaba!
¡Jamás un serafín tendió sus alas
sobre una fábrica ni la mitad de bella!

Banderas gualdas, gloriosas, doradas,
en su techo flotaban y ondeaban
(esto, todo esto, sucedió en los tiempos
de antaño, hace ya mucho),
y cuanta brisa gentil jugueteaba,
en aquella amable época,
por las empenachadas y pálidas murallas,
un alado aroma se llevaba.

Quienes andaban por aquel feliz valle
veían por dos ventanas luminosas
espíritus que se movían musicalmente,
obedeciendo a un laúd bien afinado,
alrededor de un trono en que sentado,
Porfirogeno,
en pompa que concordaba con su gloria,
aparecía como gobernante de aquel reino.

Y toda refulgente con perlas y rubíes
veíase la bella puerta del palacio,
por la que penetraba fluyendo, fluyendo, fluyendo
y centelleando eternamente,
un tropel de ecos, cuyo dulce deber
no era sino cantar
con voces de belleza excepcional
el ingenio y la sabiduría de su rey.

Mas seres de maldad, con ropas de aflicción,
asaltaron la elevada grandeza del monarca
(¡ah, lamentémonos, pues nunca la mañana
amanecerá desolada sobre él!)
y en torno a su casa la gloria
que se sonrojaba y florecía
no es más que una historia vagamente recordada
de los natiguos tiempos sepultados.

Y ahora los viajeros en aquel valle ven
por las ventanas de rojo iluminadas
vastas formas que se mueven fantásticamente
al ritmo de una discordante melodía,
mientras, cual rápido río fantasmal,
a través de la pálida puerta
un odioso tropel sin cesar se abalanza
y ríe... pero ya no sonríe.

Edgar Allan Poe

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