sábado, 4 de julio de 2015

El salmo fugitivo:

La vieja viga maestra que se vino abajo de pronto
estaba sostenida sobre un salmo.
El salmo sostenía la cúpula
y también el techo de la lonja.
Y al desplomarse el salmo
se hundió todo el reino.

Cuando el salmo se quiebra
el mercader cambia las medidas
y achica la libra y el almud.
Oíd:
Los salmistas caminan delate del juez,
y si el salmo se rompe, se rompe la ley.

La vieja viga maestra que se vino abajo de pronto
estaba sostenida sobre un salmo.
El salmo sostenía la cúpula
y también la espada y el rencor,
y al desplomarse el salmo
vino la guerra;
y el salmo se hizo llanto,
y el llanto grito...
y el grito blasfemia.

Pero el salmo está aún de pie.
Se fue de los templos, como nosotros de la tribu,
cuando se hundieron el tejado y la cúpula
y se irguieron la espada y el rencor.
Ahora es llanto y es grito...
pero aún está de pie,
de pie y en marcha
sin ritmo levítico y mecánico,
sin rencor ni orgullo de elegido,
sin nación y sin casta
y sin vestiduras eclesiásticas.

Oídle... miradle...
Viene aullando en la ráfaga negra de todos los vientos
por todos los caminos de la Tierra.
Es esa voz
loca,
ronca,
ciega,
acorralada en la noche del mundo,
angustiada y suplicante,
sin lámpara y sin luna,
que pregunta agarrada en agonía
a la pez de pellejo que embadurna
estrellas y senderos,
umbrales y ventanas:
¡Señor! ¡Señor! ¿Por dónde se sale?
¿Sabes tú por dónde se sale?
¿Lo sabe el hombre de la fuerza?
¿Lo sabe el hombre de la ley?
¿Lo sabe el hombre de la mitra?
¿Lo sabe el filósofo inalterable y deshumanizado?
¿Lo sabe el tocador de flauta?...
Pues entonces... ¡Dejadme llorar!
El llanto es la piqueta que se clava en la sombra,
la piqueta que horada el murallón de asfalto
donde se estrellan la razón y la soberbia.
El ritmo,
el número
y el coro
los ha engendrado el llanto.
Y ahora aquí el módulo es la lágrima...
y se sale por el taladro del gemido.
¡Dejadme gritar!
Que ahora aquí, en el mundo de las sombras,
el grito vale más que la ley,
más que la razón,
más que la dialéctica...
Mi grito vale más que la espada,
más que la sabiduría
y más que la Revelación...
Mi grito es la llamada, en la puerta,
de otra Revelación.

¡Cantad, llorad todos, gritad, Poetas!
Haced de vuestras flautas un lamento
y de vuestras arpas un gemido.
Gritad:

No hay pan,
sí hay pan,
dónde está el pan.

No hay luz,
sí hay luz,
dónde está la luz.

Sin negar,
sin afirmar,
sin preguntar,
gritad sólo.
El que lo diga más alto es el que gana.

No hay Dios,
sí hay Dios,
dónde está Dios...
El que lo diga más alto es el que gana.
Gritad... gritad... ¡Aullad!...
DÓNDE ESTÁ DIOS.

León Felipe

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