lunes, 6 de julio de 2015

La durmiente:

A medianoche, en el mes de junio,
me detengo bajo la luna mística.
Un vapor opiáceo, vago, húmedo,
se desprende de su dorado halo,
y, en un suave goteo, gota a gota,
sobre la calma cumbre montañosa,
desciende musical y perezosamente
al valle universal.
La mata de romero cabecea en la tumba;
el lirio sobre la onda se recuesta;
envolviendo su seno con la niebla,
la ruina en su quietud se desmorona;
semejante a Leteo, ¡ved!, el lago
en un sueño consciente parece recogido
y ni por todo el mundo querría despertar.
¡Toda belleza duerme! ¡Y mira dónde
yace Irene, con sus destinos!

¡Oh, dama luminosa! ¿es adecuado
que esta ventana esté abierta a la noche?
Los aires caprichosos, desde las copas de los árboles,
alegremente pasan por las celosías;
los aires incorpóreos, desbandada hechicera,
entran y salen de tu cámara revoloteando,
y agitan el dosel de cortinajes
tan terrible, tan irregularmente
sobre los párpados cerrados y orlados
bajo los que tu alma durmiente está escondida,
que por el suelo y muro abajo
las sombras cual fantasmas se levantan y caen.
¡Oh, tú, dama gentil! ¿no tienes miedo?
¿Por qué y con qué estás ahora soñando?
¡Sin duda habrás venido desde mares distantes,
una rareza para los árboles de este jardín!
¡Extraña es tu palidez, extraño tu vestido!
¡Extraños, sobre todo, la longitud de tu cabello
y este silencio tan solemne!

¡La dama duerme! ¡Oh, que su sueño sea
tan profundo cmo duradero!
¡El cielo la tenga bajo su sacra protección!
Ha cambiado esta cámara por una más santa,
este leche por uno más melancólico;
¡ruego a Dios que repose
por siempre sin abrir los ojos
mientras al lado pasan los pálidos fantasmas con sudario!

¡Amor mío, ella duerme! ¡Oh, que su sueño sea
tan profundo como es eterno!
¡Que sobre ella se deslicen suavemente los gusanos!
Que allá en el bosque oscuro, antiguo,
se abra para ella cierta alta cripta;
cierta cripta que a menudo descorrió
aleteando sus negros y alados paneles,
triunfante, sobre los timbrados sudarios
de sus grandiosos funerales familiares;
cierto sepulcro lejano, solitario,
contra cuyo pórtico ella arrojó
en su infancia muchas ociosas piedras;
cierta tumba a cuya resonante puerta
ella nunca más arrancará un eco
estremeciéndose al pensar, ¡pobre hija del pecado!,
que eran los muertos que en su interior gemían.

Edgar Allan Poe

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