domingo, 5 de julio de 2015

La ciudad del mar:

¡Mirad!, la muerte se ha levantado un trono
en una extraña ciudad que solitaria,
yace allá abajo en el oscuro occidente,
donde el bueno y el malo y el peor y el mejor
han marchado a su eterno descanso.
Allí templos y palacios y torres
(¡torres devoradas por el tiempo, que no tiemblan!)
no se asemejan a nada que sea nuestro.
Alrededor, olvidadas de los vientos que se alzan,
resignadamente bajo el cielo
yacen las aguas melancólicas.

Ningún rayo desciende de los sagrados cielos
sobre la larga noche de esa ciudad;
pero la luz que broa del refulgente mar
trepa por las torretas en silencio,
lejana y libre brilla en los pináculos,
en cúpulas y agujas, en estancias reales,
en templos, en murallas cual las de Babilonia,
en umbrías glorietas, hace mucho olvidadas,
con hiedras esculpidas y con flores de piedra;
en muchos, muchos maravillosos santuarios
cuyos frisos ornados entretejen
la viola, la vid y la violeta.

Y resignadamente bajo el cielo
yacen las aguas melancólicas.
De tal modo se mezclan torrecillas y sombras
que en el aire parecen colgar todas,
mientras dede una altiva torre de la ciudad
mira cual un coloso hacia abajo la muerte.

Los templos descubiertos y las abiertas tumbas
al nivel de las ondas luminosas están,
pero ni las riquezas que allí yacen
en diamantinos ojos de los ídolos,
ni los muertos festivamente enjoyados
tientan a las aguas desde sus lechos,
pues no se riza ondulación alguna, ¡ay!
por aquel desierto de cristal,
la calma indica que tal vez los vientos
estén sobre algún mar remoto y más dichoso;
la placidez sugiere que los vientos se encuentran
sobre otros mares menos atrozmente serenos.

Pero mirad: ¡se está agitando el aire!,
la ola: ¡hay movimiento en ella!
cual si hubieran las torres empujado,
con un leve hundimiento, la oscura marea;
como si sus remates hubieran dejado
un débil vacío en el cielo vaporoso.
Las ondas ahora tienen un fulgor más rojizo
-las horas alientan tenue y quedo-
y cuando, entre gemidos no terrenales,
abajo, muy abajo esa ciudad se asiente finalmente,
alzándose el infierno desde un millar de tronos,
le rendirá homenaje.

Edgar Allan Poe

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