martes, 7 de julio de 2015

De norte a sur:

He abierto la ventana. Los pájaros traían
y llevaban noticias.
Unas eran secretas; las otras, propaganda
de una falsa alegría.
No quise entender nada, feliz en mi indolencia,
entregado a la brisa.
Todo me acariciaba y un temblorcillo leve
movía mis cuartillas.
Daba miedo escribir, romper esta aparente
calma definitiva,
o irrumpir como irrumpen, hablando algarabía,
las locas golondrinas;
o hablar de mis secretos o los suyos, en hombre;
o interpretar la vida.
Quisiera seguir siempre sin concretar palabras,
flotando en la delicia.
No luchar, no decir, no aristar pensamientos.
no sangrar por la herida.
Ser sólo propaganda fácil de la belleza,
no secreto que abisma.
Y así me he despensado. Y así otra vez me he vuelto
contra mis furias frías.
 
Tengo sobre mi mesa la carta de un poeta
del Sur que me admoniza.
Me dice textualmente: «Gabriel, la rosa es bella.
¿Qué importa su mentira?
No conviertas tus versos en un arma de lucha
y el canto en rebeldía.
Nosotros, andaluces milenarios, sabemos
de muchas injusticias.
A veces nos conmueven unos roncos azufres
y la pena se triza.
Mas ¿qué? Lo nuestro es sólo mirar que todo pasa,
y es inútil la prisa.
Por eso combinamos felizmente palabras.
¿Es más la poesía?
Poesía es el vuelo cogido por sorpresa
rozando la ironía.
Poesía es aquello que no cambia aunque cambie
como la luz se irisa.
No es luchar como luchas tú contra lo imposible
remordiendo la vida.
No es gritar las verdades, ni es atacar al mundo
en que el hombre agoniza.»
 
Esta carta del Sur, trinando, la firmaban
todas las golondrinas,
y entonces he entendido lo que me diferencia
de los que, píos, pían.
Los vascos cuando hablamos es para decir algo
que si no canta, grita.
Los vascos sólo hablamos cuando algo desde dentro
exige valentía.
Los vascos no gustamos de combinar palabras
más o menos bonitas.
Los vascos despreciamos a cuantos, charlatanes,
adornan la mentira.
Los vascos escuchamos al hombre que, enterrado
bajo siglos, se eriza.
Los vascos esforzados, arrastramos el carro
del verso que chirría.
Los vascos combatimos. Los vascos golpeamos
levantando la vida.
Los vascos somos serios. Serio es nuestro trabajo.
Seria es nuestra alegría.
Los vascos somos hombres de verdad, no chorlitos
que hacen sus monerías.
¡Que los pájaros canten! ¡Que en el Sur, los tartesos
se tumben panza arriba
creyéndose de vuelta todo, acariciando
una melancolía!
Nosotros somos otros, nosotros poseemos
ferozmente la vida.
Nuestros cantos terrenos son cantos de trabajo,
victoria y alegría.
Lloramos los sudores, mas después, en la pausa,
¡que sana es nuestra risa!
Protestamos si tratan de explotarnos, y entonces
noble es la rebeldía.
Y así cuando me digo como siempre me he dicho,
declaro altanería.
Soy vasco en mi trabajo. Soy vasco en mis razones.
Y en la paz. Y en la ira.
Soy vasco desde dentro. Y en la noche sagrada,
y en el temblor del día,
y en todo lo que digo y en todo lo que callo,
más vasco que sabía.
Cantándome a mi mismo, canto a mi viejo pueblo
y el rayo me rubrica.
 
Gabriel Celaya

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