¡Qué suavidad de lirio acariciado
en tu delicadeza de lavandera de objetos de cristal,
Delia, con tu cintura hecha para el anillo
con los tallos de hinojo más apuestos,
Delia, la de la pierna edificada con liebres perseguidas,
Delia, la de los ojos boquiabiertos
del mismo gesto y garbo de las erales cabras!
En tu ternura hallan su origen los cogollos,
tu ternura es capaz de abrazar a los cardos
y en ella veo un agua que pasa y no se altera
entre orillas ariscas de zarza y tauromaquia.
Tu cabeza de espiga se vence hacia los lados
con un desmayo de oro cansado de abundar
y se yergue relampagueando trigo por todas partes.
Tienes por lengua arropes agrupados,
por labios nivelados terciopelos,
tu voz pasa a través de un mineral racimo
y, una vez cada año, de una iracunda, pero dulce colmena.
***
No encontraréis a Delia si no muy repartida como el pan de los pobres
detrás de una ventana besable: su sonrisa,
queriendo apaciguar la cólera del fuego,
domar el alma rústica de la herradura y el pedernal.
Ahí estás respirando plumas como los nidos
y ofreciendo unos dedos de afectuosa lana.
Miguel Hernández
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