Quien largo tiempo estuvo recluso en la ciudad
se llena de dulzura al ver la abierta cara
del cielo; al exhalar una oración de lleno
lanzada a la sonrisa del azul firmamento.
¿Quién más feliz que cuando, de corazón alegre,
fatigado, se tiende en un grato escondite
entre hierba ondulante al viento, y allí lee
algún suave relato de amor y languidez?
Al regresar a casa, al ocaso, escuchando
el son de Filomena, con la mirada puesta
en la clara carrerra de nubes en deriva,
lamenta que tan pronto se haya escapado el día,
igual que se desliza una lágrima de ángel
cayendo por el claro éter calladamente.
John Keats
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