Copada por el sol la nieve novia,
caudal como estos ojos,
activa su ilustrísima victoria
montés, torna su ocio.
El sol ya panifica soledades;
su luz es ya membruda.
Y yo me altero ya bajo mi carne,
bajo su dictadura.
A punto de ser flor y no ser nada
está tu flor, almendra;
en amor, concibiendo la enramada,
la madre tierra.
No seas, Primavera: ¡no! te acerques,
¡quédate! en alma, almendro:
sed tan sólo un propósito de verdes,
de ser verdes sin serlo.
¿Por qué? os marcháis, espirituales fríos,
eneros virtuosos,
donde mis fuegos imposibilito
y sereno mis ojos.
¡Conflicto! de mi cuerpo enamorado,
¡lepanto! de mi sangre...
Sólo puede haber paces y descansos
donde no hay carne, ¡ay carne!
Malaganas me ganan, con meneos
y aumentos de pecados,
me corrijo intenciones y deseos
en vano, en vano, en vano.
Discurre el pensamiento a todas horas
lo que a ti se te ocurre.
Carne, llena de infamias amorosas;
¡déjame! que me escuche.
Lo que quieren mis ojos y mis dedos,
no es lo que me apetece.
Por no darte más carne, te doy juegos,
me doy más vida, ¡oh Muerte!
¡Oh Muerte!, ¡oh inmortal almendro! cano:
mondo, pero florido,
sálvame de mi cuerpo y sus pecados,
mi tormento y mi alivio.
La desgracia del mundo, mi desgracia
entre los dedos tengo,
¡oh carne de orinar! activa y mala,
que haciéndome estás bueno.
Miguel Hernández
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