al morir, te adivino,
dios total que persiguen sentimientos informes.
¡Oh dios, dios, nimbo!,
forma tibia latiendo contra el pecho,
peso redondo del toro o de la aurora,
y en mi sangre, secreto,
y en esta sombra, lento,
dulce como morir por los nombres del agua,
por la posible espuma,
la presentida salva
de rosas inmediatas que saltan de sí mismas
y gritan, gritan blancas,
gritan color del aire,
y, sucesivas, gritan y cambian en sí mismas
como un dios cuando parece que se oculta,
como la luz se irisa.
Gabriel Celaya
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