martes, 23 de junio de 2015

Los presagios:

¡Ay, quién podrá sanarme!
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.
San Juan de la Cruz 

La música del silencio me murmura mis secretos
y es como el sigilo de mi virgen que se acerca
es una amenaza y una sonrisa triste,
es la hora del misterio que viene y que no viene.
Envueltos en un nimbo de niebla fría y éter,
los sonámbulos velan el enigma de la luna.
Los sonámbulos la miran con los ojos en blanco.
Es la hora del misterio que viene y que no viene.
Los ángeles extienden sobre mi cabeza
trémulas espadas blancas de silencio.
¡ Oh noche en equilibrio de formas calladas !
Es la hora del misterio que viene y que no viene.
Sube y baja lentamente la marea del silencio.
Sube y es una congoja sentir tan cerca lo oculto;
baja, y espanta su abismo;
sube y baja y es la densa respiración de la angustia.
Se entra por los espejos en la sala de vidrio
donde dos hombres mudos, vestidos de hule verde,
con guantes de goma y máscaras de níquel,
se miran fijamente hasta entrar en la muerte.
La luna quieta y grande parece una amenaza.
Presente en todas partes, cerniéndose inminente,
cubriéndolo todo con su muda presencia
la luna es la obsesión de una amenaza.
Conjunción de planetas y cuerpos desnudos.
El cielo centellea como quien tirita.
En mis ojos, de un claro azul helado,
se reflejan los signos de un álgebra perfecta.
Siento como un vacío que el misterio está muy cerca,
tan próximo que la noche vuelve la cabeza.
Ante los crueles y apretados dientes blancos de los hombres,
la luna es el dolor de esa ausencia.
Rígido y quieto, deshabitado, inerte,
me veo sumergido en las aguas de un espejo,
espejo que fue luz entreabierta al misterio
y hoy sólo es ataúd de cristal para mi cuerpo.
¡Amor, amor estéril del silencio y la nada!
Ya no te siento, virgen, temblando en mí y viviendo.
¿Para qué me consumo de amor vuelto hacia dentro?
Te he perdido, he perdido lo mejor de mí mismo.
¡Adiós, virgen oculta, mi hermana en la locura,
presencia delirante, revelación profunda,
desnuda lucidez entre las ramas de mi sueño
y las aguas oscuras y lentísimas del cielo!
¡ Oh virgen reflejada en su propio misterio:
Narciso que se mira con amor y agoniza !
La virgen o la luna: ¡qué perfección estéril!
¡qué soledad de nieves o blancuras sin alma!
Yerta luna de enero, luna quieta y fría,
que escucha su silencio, que se escucha a sí misma,
¡qué cerca de mi oído enmudecen tus labios!
¡Ay amor, que la muerte es quien me está besando!
Así me he ido agotando, volviéndome hacia dentro,
por ansia de unos ojos cerrados para siempre:
muertos, porque la muerte es el desesperado abrazo
del hombre que no quiere huir de sí mismo.
¡Oh estéril reflejarse! ¡Oh espejo frente a espejo!
Mar y cielo sumidos en un sopor denso.
¡Oh limbos flotantes de claridades yertas!
¡Flotar, sólo flotar en músicas sin alma!

Gabriel Celaya

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