martes, 23 de junio de 2015

La memoria prestada:

Tenía sólo doce años,
qué levamos a hacer,
cuando dijeron que había muerto
un general.
Doce años eran demasiado pocos para comprender
aquel fenómeno en toda su magnitud,
tan jóvenes éramos que nuestra débil memoria
estaba poblada, tan sólo, de canicas y manzanas.
Pero esa débil memoria se fue enriqueciendo
con la memoria de los oídos
por ellos entraron retazos de una guerra,
finas o bruscas retahílas contra el general
de cara rechoncha
a través de los oídos enriquecieron nuestra
memoria de canicas y manzanas las historias
de los parientes más lejanos y castigados.
"En principio para mí la guerra fue pasar quince días,
quince, en Bilbao" contaba el tío Félix,
hijo de alcalde republicano,
y la quincena se disfrazó de medio siglo
"los fusiles quedaban en pie, cruzados" y mi
padre se maravillaba de la destreza de las
mujeres cenetistas, únicas mujeres en
aquella guerra,
es la memoria de una posguerra,
gris en todas las crónicas escritas,
amarilla en todas las películas,
al fin y al cabo,
es la memoria nuestra, la memoria de otros,
memoria prestada que posibilita al hombre
conocer el pasado y adquirir la
maravillosa ilusión de que vivió
realmente todo aquello que recuerda.
Ilusión que miente, como todas,
porque yo no viví aquella guerra ni su post,
tan joven soy que ni siquiera
pertenezco a generación literaria alguna,
y nuestra memoria es tan reciente que
hemos de pedir prestada la memoria a otros,
a vosotros
los del hambre, el exilio y el disimulo,
a vosotros,
que no lo contasteis fielmente,
a vosotros,
que quisísteis hacer de Franco un Dios
y de Dios un general,
memoria que nosotros prestaremos a otros más nuevos,
para contarles que al final
no quedó nada,
ni del uno (Franco)
ni del otro (Dios).

Pako Aristi

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