1
Yo canto el cuerpo eléctrico,
la muchedumbre de aquellos a quienes amo me circunda y yo la circundo,
no abandonarán: tendré que irme con ellos y responderles,
y los purificaré y les impregnaré con la esencia del alma.
¿No sabemos que los que corrompen su cuerpo se esconden?
¿Y que los que profanan a los vivos son tan perversos como los que profanan a los muertos?
¿Y que el cuerpo vale tanto como el alma?
¿Y si el cuerpo no fuese el alma, qué sería el alma?
2
El amor por el cuerpo de un hombre o una mujer
frustra toda explicación, sus cuerpos mismos frustran toda explicación,
el cuerpo del hombre es perfecto, y el cuerpo de la mujer es perfecto.
La expresión del rostro frustra toda explicación,
mas la expresión del hombre perfecto se manifiesta no sólo en su rostro,
está también en sus miembros y articulaciones; está, de modo singular, en las articulaciones de su
cadera y de sus muñecas,
está en su andar, en la actitud de su cuello, en la flexión de su talle y de sus rodillas, el traje no la oculta.
Su límpida cualidad masculina se muestra a través de su camisa y de su traje,
su presencia expresa, tanto como el mejor poema, y aun más,
os paráis a mirar a su espalda, su cabeza y sus hombros.
La plenitud de los niños que se tienden abiertos de brazos y piernas, los senos y cabezas de las mujeres, los pliegues de sus faldas, su elegancia, el contorno de la parte inferior de su cuerpo,
el nadador desnudo en la piscina, que nada a través del transparente resplandor verde,
o tendido boca arriba, deslizándose de un lado a otro sobre el pecho del agua,
la inclinación hacia adelante y hacia atrás de los remeros en los botes de remos, el jinete en su silla,
muchachas, madres, amas de llaves en sus quehaceres, el grupo de peones sentado a mediodía ante su
comida, esperando a sus mujeres,
la mujer que arrulla a un niño, la hija del labrador en la huerta o en la sementera,
el mozo que azadona el maizal, el conductor del trineo que guía a sus caballos por en medio de la multitud,
la lucha de los luchadores, dos muchachos aprendices, ya crecidos, vigorosos, afables, en el solar abandonado, al atardecer, después del trabajo, han tirado sus chaquetas y sus gorras y se abrazan
con el abrazo del amor y de la resistencia,
asidos por arriba y asidos por abajo, el cabello en desorden les cubre los ojos;
desfilan los bomberos uniformados, el juego de los músculos viriles que se distingue a través de los pantalones ceñidos y de las pretinas,
regresan lentamente del lugar del incendio, se paran al oír otra vez el súbito doblar de la campana y escuchan con atención,
las actitudes variadas, perfectas, naturales, las cabezas inclinadas, los cuellos encorvados y el contar;
es a éstos y a los que se les parecen a quienes amo -me ablando, me uno espontáneamente a ellos,
estoy en el regazo de la madre con el pequeñuelo, nado con los nadadores, lucho con los luchadores,
marcho en formación con los bomberos y me paro, escucho, cuento.
3
Conocí a un hombre, un labrador humilde, que era el padre de cinco hijos,
y en ellos a los padres de otros hijos, y en ellos a los padres de otros hijos.
Este hombre era maravillosamente fuerte, sereno, hermoso.
La forma de su cabeza, su barba y su cabello gris, el significado inconmensurable de sus ojos negros, la variedad y amplitud de sus modales,
para ver estas cosas yo solía visitarlo: era también discreto,
tenía seis pies de estatura y más de ochenta años; sus hijos eran corpulentos, puros, barbados, de rostros curtidos, hermosos,
ellos y sus hijas le amaban, todos los que leveían, le amaban,
no le amaban con indulgencia: le amaban con amor personal,
no bebía sino agua, la sangre se mostraba roja a tra´ves de su clara tez morena,
era gran cazador y gran pescador, gobernaba él mismo su bote, poseía uno hermoso que se lo
había regalado un armador, poseía escopetas que se las había regalado hombres que lo amaban,
cuando salía con sus cinco hijos y sus nietos numerosos de caza o de pesca, lo señalaban como
el más hermoso y robusto de la cuadrilla, habrías deseado estar con él mucho tiempo, habrías
deseado sentarte junto a él en su bote, para tocaros mutuamente.
Walt Whitman
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