¡Basta ya... basta, basta!
¿Por qué me golpeáis?
Estoy aturdido... Dejadme,
dejad que me rehaga,
que vuelva de mi sopor,
de mi delirio, de mi agonía...
Esto es un error.
¡Si pudiese olvidar las burlas y los insultos!
¡Si pudiese olvidar las lágrimas
y los golpes de las clavas y de los mazos!
¡Si pudiera ver con ojos extraños mi propia crucifixión y mi corona de espinas!
Ya recuerdo.
Ahora coordino la escena perdida.
La tumba de roca multiplica lo que se le ha confiado,
todas las tumbas multiplican lo suyo.
Los muertos se levantan,
las heridas se curan,
mis ataduras ceden y caen.
Camino en tropel, rehenchido de poderes supremos,
y vuelvo a la vieja procesión interminable.
Vamos por las planicies y las costas,
cruzando todas las fronteras.
Nuestros decretos siguen veloces su camino por toda la Tierra
y las flores que adornan nuestros sombreros son el esfuerzo de miles de años.
¡Discípulos! ¡Yo os saludo! ¡Adelante!
Preguntad... seguid preguntando
y anotad... seguid anotando.
Walt Whitman
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