La escuela ha muerto.
El profesorado ha muerto, inerte, conformista
y encerrado en su aula, hermético e inamovible.
Las aulas han muerto,
sus paredes comenzaron a temblar y se desplomaron
cuando alguien rompió el orden de los pupitres
y amenazó con expulsar de allí al libro de texto.
Las directivas han muerto,
ahogadas en la burocracia,
aburridas, faltas de norte.
Las familias han muerto,
mientras que alguien intentó que accedieran a los centros
no sólo el día de la fiesta.
Los gobiernos han muerto,
sus políticas educativas eran egoístas,
iban y venían como las olas del mar.
La formación ha muerto,
hacía tiempo que ya no tenían a quién formar,
todo el mundo acumulaba méritos suficientes.
El alumnado no estaba allí,
se salvó porque hacia años que habitaba en otro espacio,
en otro tiempo.
La escuela ha muerto, de risa,
al oír decir a uno de sus maestros
que quería cambiar la escuela.
B. Lloyd
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