Y en cuanto a ti, Muerte,
y a tu amargo abrazo destructor...
es inútil que pretendas asustarme.
A tu lado trabaja sin cesar, y más libero, el comadrón.
Veo su mano experta y diligente
apretando,
recibiendo,
sosteniendo...
Yo estoy reclinado en el umbral flexible de ambas puertas y marco la entrada y la salida de la vida.
Y ¿qué es un cadáver, después de todo?
Estiércol,
buen estiércol para fecundar las tierras.
Y no me repugna,
no me repugna porque puedo oler las rosas blancas que crecen y embalsaman,
porque puedo tocar los labios de los pétalos
y los senos pulidos del melón.
Y en cuanto a la Vida...
¿No es la vida el desperdicio de muertes infinitas?
(Yo mismo he muerto ya mil veces).
¿Qué decís vosotros? ¿Qué decís,
soles profundos,
estrellas de la noche,
hierba de las tumbas? -¡Oh cambios perpetuos y evoluciones incesantes!
Si vosotros no decís nada ¿qué he de decir yo?
Destellos del día y del crepúsculo,
destello de las turbias charcas que duermen en los bosques otoñales,
y de la luna que desciende y se hunde en la penumbra sollozante,
caed sobre los negros troncos que se pudren en el fango
y sobre las ramas secas que danzan gemebundas.
Asciendo desde la noche
y me encumbro desde la luna.
Sé que su resplandor lívido y vacilante no es más que el reflejo de los rayos del sol
Y que yo, viniendo de lo grande o de lo pequeño, desemboco en el centro firme del universo.
Walt Whitman
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