¡Eh, remolones, en guardia! ¡Alerta!
La gente amontonada va a derribar las puertas. ¡Estoy loco!
Encarno todas las tragedias:
la del forajido,
la del poseso,
la del convicto,
la del leproso,
la del mendigo...
Me veo encarcelado
y agobiado por una pena negra sin fin.
Los guardianes de la prisión se echan al hombro los fusiles y me vigilan,
me dejan suelto en la mañana y por la noche me vuelven a la celda.
Ningún rebelde va esposado a la cárcel si yo no marcho a su lado, esposado con él.
(El que va callado, sudoroso y con los labios crispados, soy yo).
Ningún ratero se sienta solo en el banquillo y es acusado por hurto;
yo me siento a su lado y soy juzgado y sentenciado con él.
Junto al enfermo del cólera agonizo yo también.
Mi rostro es de ceniza,
truenan mis nervios
y todos huyen de mi lecho.
Y ese mendigo soy yo. ¡Miradme!
Alargo el sombrero y pido vergonzosamente una limosna.
Walt Whitman
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