¡Oh juventud elástica y activa!
¡Oh, virilidad equilibrada, florecida y plenaria!
Cuanto amo me persigue,
mis amigos me sofocan,
se amontonan sobre mis labios,
se apelotonan en los poros de mi piel,
me estrujan en las calles,
en los vestíbulos,
me visitan desnudos por la noche...
¡Hola! Me gritan por el día desde las rocas de los ríos;
se ciernen y pían sobre mi cabeza,
me llaman por mi nombre desde los huertos,
desde las viñas,
desde la maraña de los arbustos;
encienden todos los momentos de mi vida,
acarician mi cuerpo con dedos y labios balsámicos,
se sacan en silencio el corazón a puñados para ofrecérmelo generosos...
¡Y tú, senectud que llegas magnífica!
¡Bienvenida seas, gracia inefable de los días agonizantes!
Las edades proclaman lo que son y lo que crece después y fuera de ellas,
y el silencio de la muerte proclama tanto como ellas.
Abro mi escotillón en la noche y veo constelaciones sembradas en el infinito.
Y todo cuanto veo se multiplica y se pierde más allá,
se liga con sistemas invisibles,
se extiende y se expande más allá...
siempre más allá y más allá...
Mi sol tiene su sol y alrededor de él gira sin descanso;
va con sus camaradas de un sistema superior
y otros mayores siguen
y otros mayores y mayores...
Todo gira, nada se para ni puede pararse.
Si yo, tú, todos los mundos, todo cuanto existe debajo y fuera de esos mundos, se tornase de pronto en una pálida neblina, nada importaría en el tiempo...
Seguramente volveríamos a estar donde ahora,
seguiríamos caminando adonde vamos
y después... más allá y más allá.
Más allá de mis ojos está el espacio sin límites
y más allá de mis números está el tiempo sin ritmo: Dios.
Con el tengo hecha una cita que se cumplirá.
Dios está allí esperando... esperándome hasta que llegue perfectamente vestido.
El Gran Camarada,
El Amante verdadero que yo busco
esta allí... ¡esperándome!
Walt Whitman
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