Una hora en pos de la belleza
y el amor merece un siglo entero de gloria,
concedido al poderoso por el débil asustado.
Desde aquella hora proviene la verdad del hombre; y
durante aquel siglo la verdad duerme en
los desasosegados brazos de inquietantes sueños.
En aquella hora el alma ve con sus ojos
la ley natural, y durante aquel siglo se
condena a sí mismo con la ley del hombre;
y es encadenada por la férrea opresión.
Aquella hora inspiró los Cantares
de Solomón, y aquel siglo fue el ciego
poder que destruyó el templo de Baalbek.
Aquella hora fue el nacimiento del Sermón de la
montaña, y aquel siglo hizo temblar los castillos de
palmira y la Torre de Babilonia.
Aquella hora fue la Hégira de Mahoma, y aquel
siglo olvidó a Alá, el Gólgota y el Sinaí.
Una hora dedicada a condolerse y lamentarse de
la igualdad arrebatada a los débiles es más noble que un
siglo pleno de avidez y codicia.
Fue aquella hora la que vio al corazón
henchido de pesares,
iluminado por la antorcha del amor.
Y desde ese siglo, las ansias de verdad
están sepultadas en el seno de la tierra.
Aquella hora es la raíz que debe revivir.
Aquella hora es la hora de la contemplación,
la hora de la meditación, la hora de la
oración, y la hora de la nueva era del bien.
Y aquel siglo es la vida de Nerón desperdiciada
en investiduras tomadas tan sólo de la
materia terrena.
Así es la vida.
Representada en escenarios durante eras;
registrada en la tierra durante siglos;
inexplorada durante años;
cantada como himno durante días,
enaltecida sólo por una hora; pero esa
hora es una gema preciosa de la eternidad.
Khalil Gibrán
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