Aún pasados los mil años va el agua
su camino, los blancos y los rojos
uniéronse en pelea.
Las puertas férreas del cielo se
hallaban grises aquel día en que
nuestros hados enemigos nos perdieron.
El sendero de la desgracia se
vistió de barro, no olvidaré jamás el
crujir de los herbales.
Trece mil caballos eran por un
lado, cien mil hombres audaces, en
cambio, por el otro.
En cualquier parte palpábamos el
hedor del miedo, traqueteaban las
rodillas, amartillaba el corazón.
Las pálidas coloreidades del puente
de Roma (arco-iris) diluíanse. ¡Ay de
mí! Calla, corazón.
Calláronse los pájaros de las ramas
de los árboles, tremulaba la tierra
entre truenos y relámpagos.
El campanario gritaba sin cesar, y
el silbo del viento ensordecía.
Los terneros en las cuadras se re-
movían inquietos, y las ovejas en
los cortijos lloraban incesantes.
Las lanchas de la mar columpiábanse
y el vendaval azotaba los finos
mástiles.
Rezaban las ancianas en el refugio
de la iglesia, y el sacristán
cantaba desde el púlpito.
Siete salves enviaban hacia el cielo
y mil promesas a la madre vírgen.
once padrenuestros a todos los santos,
once avemarías a la estrella morena.
Ahuyentaba todos los satanes con el
agua bendita la bruja señora de
rostro encorvado.
Se trabó, pues, la pelea bajo las
nubes-ballena, y es imposible
describir tanto fluir de sangre.
Patricio Urquizu Sarasua
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