viernes, 15 de enero de 2016

La belleza de la muerte:

Dedicado a M. E. H.

Primera parte: El llamado

Dejadme dormir, ya mi alma se ha embriagado de amor,
y dejadme descansar, pues mi alma ya ha conocido las bonanzas de los días y las noches;
encended las velas y quemad incienso en torno a mi lecho, y
deshojad los jazmines y las rosas sobre mi cuerpo;
ungid mis cabellos con almizcle y derramad sobre mis pies los perfumes.
Leed entonces lo que escribe la mano de la muerte sobre mi frente.
Dejadme en brazos del sueño, pues mis párpados ya están cansados;
dejad que las argénteas cuerdas de la lira aquieten mis oídos;
tañid las cuerdas y con su melodiosa armonía tejed un velo alrededor de mi moribundo corazón.
Modulad las canciones mientras contempláis la naciente esperanza en mis ojos, pues
su melodía hechicera es el mullido lecho para mi corazón.

Secaos las lágrimas, amigos míos, y mantened en alto vuestras cabezas, como alzan las flores
sus corolas para saludar al alba,
y mirad a la novia de la muerte cual columna de luz
entre mi lecho y el infinito;
contened vuestros suspiros y escuchad un momento el llamativo susurro de
sus blancas alas.
Venid a despedirme; besad mi frente con labios sonrientes.
¡Dejad que los niños me acaricien con dedos de rosas!
¡Dejad que los ancianos bendigan mi frente con manos nudosas!
Dejad que los amigos se acerquen a contemplar la sombra de Dios sobre mis ojos
y a escuchar el eco de su voluntad que acompaña mis suspiros.

Segunda parte: El ascenso

Atrás he dejado la cumbre de la montaña sagrada y mi alma vaga por el
espacio de la ilimitada libertad;
estoy lejos, muy lejos, camaradas, y los madres de nubes ocultan
las colinas a mis ojos.
Los valles se han hundido en un mar de silencio, y las
manos del olvido han cubierto los caminos y los bosques;
las praderas y los campos se desvanecen tras un manto blanco
como nubes de primavera, pálidos cual rayos de luna
y rojos como velo de la tarde.

Las canciones de las olas y de los mares
se han ahogado, y ya no oigo el clamor de las muchedumbres;
y nada puedo oír salvo el himno de la eternidad
en perfecta armonía con los deseos del alma.
Estoy ataviado con ropa de lino.
Me siento en paz.

Tercera parte: El descanso

Desvestidme del lino y amortajadme con
pétalos de lirio y de jazmín;
sacad mi cuerpo del ataúd de alabastro y dejadlo descansar
sobre alfombras de azahares.
No os lamentéis, elevad himnos de alegría y juventud;
no derraméis vuestras lágrimas, cantad a la cosecha y a la vendimia;
no me cubráis con suspiros de agonía, trazad sobre mi pecho
el símbolo del amor y la alegría.
No perturbéis la quietud del céfiro con réquiems,
dejad que vuestros corazones canten conmigo Salmos a la eternidad.

No me lloréis enlutados por mi ausencia.
Lucid blancas vestiduras y regocijáos conmigo;
no habléis de mi partida con suspiros tristes; cerrad
los ojos y me veréis siempre entre vosotros.

Tendedme sobre frondosas ramas y
llevadme lentamente sobre vuestros hombros amigos...
lentamente hacia los bosques silentes.
No me llevéis a la necrópolis donde mi sueño
sea perturbado por el crujido de huesos.
Llevadme al bosque de cedros y cavad un sepulcro donde florezcan las violetas
y amapolas;
cavad un profundo sepulcro para que las tormentas no
arrastren mis huesos a los valles;
cavad un sepulcro ancho, para que las sombras de la noche me acompañen.

Desvestidme y bajadme desnudo al corazón de la
madre tierra; y tendedme suavemente sobre el seno de la madre.
Cubridme de blanca tierra, y mezcladla
con semillas de jazmín, lirio y mirto; y cuando las flores
broten sobre mi tumba y se nutran de la savia de mi cuerpo
impregnarán el espacio con la fragancia de mi corazón;
y hasta revelarán al sol el secreto de mi paz;
y navegarán con la brisa y consolarán a los viajeros.

Dejadme entonces, amigos... dejadme y apartaos con pasos silenciosos
como cuando el silencio camina por el valle lejano;
dejadme solo y dispersaos lentamente, como las flores de los almendros
y los manzanos se dispersan con la brisa de Nisan.

Regresad a la alegría de vuestras casas, que allí encontraréis
lo que la muerte no puede quitaros ni quitarme.
Abandonad este sitio, porque lo que aquí veis ya se encuentra lejos, bien lejos
de este mundo. Dejadme ya.

Khalil Gibrán

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