jueves, 14 de enero de 2016

El canto de la lluvia:

Soy las húmedas hebras de plata lanzadas del cielo
por los dioses. La naturaleza me lleva, para adornar
sus campos y valles.

Soy las bellas perlas, arrebatadas a la
corona de Ishtar por la hija del alba
para embellecer los jardines.

Cuando lloro las colinas ríen;
cuando estoy abatido las flores se regocijan;
cuando estoy agobiado, todo sonríe con alborozo.

El campo y la nube son amantes
y entre ellos soy el mensajero de la misericordia.
Sacia la sed de uno,
curo la dolencia del otro.

La voz del trueno proclama mi llegada;
el arco iris anuncia mi partida.

Soy como la vida terrena, que comienza a
los pies de los desencadenados elementos y culmina
en las elevadas alas de la muerte.

Emerjo del corazón del mar y
me remonto con la brisa. Cuando veo un campo en la
indigencia, desciendo y rodeo las flores y
los árboles en un millón de pequeñas caricias.

Golpeo suavemente las ventanas con mis
delicados dedos, y mi anuncio es una
canción de bienvenida. Todos pueden oírme, pero sólo
los sensibles me comprenden.

La calidez del aire me da a luz,
en cambio yo la opaco,
tal como la mujer derrota al hombre con
la fuerza que de él extrae.

Soy el suspiro del mar;
la risa de los campos;
las lágrimas del cielo.

Lo mismo que el amor:
suspiro desde el hondo mar del cariño;
río desde el vívido territorio del espíritu;
lloro desde el infinito cielo de los recuerdos.

Khalil Gibrán

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