martes, 17 de abril de 2018

Camoens

El hombre:

I

Tuvo un amor, hizo un poema
y murió pobre; lo demás
no hace al caso; en su vida no hay más
que sufrimiento y diadema.
Fue el hombre, turbio de pasión
y de propósitos, que cuida
de resumir en su canción
todas las ansias de su vida.
Mediocridad y desengaños
le consumían en su hogar,
y viajó diecisiete años
para hacer su poema en el mar…

II

Tenía “saudades”; había,
como todas sus gentes hermanas,
despedido al sol cada día
desde las playas lusitanas;
y llevaba en el pecho esa vaga
melancolía singular
de asistir a diario, ante el mar,
a la muerte del sol que se apaga.
Pero una vez, triste y sombrío,
alza la frente, y a través
del indefinible frío
del crepúsculo portugués,
en el índico azul del Oriente
ve que el sol nace adolescente:
un sol vivo, moreno, dorado…
Su corazón ya tiene senda,
y su pueblo ya tiene leyenda
-y la epopeya ha comenzado.

El poema:

I

Sal de mar y virginidad
de lumbre; especies sutiles
y colores; oro, añiles
-y un aliento de tempestad...
El poema es la exaltación
de la vida, que es navegar;
sus personajes, dos: el mar
y los Lusiadas, su nación.
Y cada vez que a la luz clara
de la Polar el lusitano
tomaba el poema en su mano,
le prestaba la espalda, para
que lo escribiera el Océano.

II

Vaz de Camoens, al partir
de su tierra, era joven; quería
a una mujer, de quien sabía
que era el esclavo hasta morir;
y habría podido esperar
de los halagos cortesanos
brasa y leña para su hogar;
pero partió; quiso forjar
su propia vida con sus manos.
Fue dejando a su espalda, muertos,
hoy su amor, sus deseos después,
su alegría siempre, a través
de estrechos, mares y puertos;
y rimó en sus octavas el grito
de las jarcias y las entenas,
y quemó gota a gota, en su escrito,
toda la sangre de sus venas...
Pero carne del Asia besaron
sus labios; sus manos lograron
más que anunciaba su fortuna,
y sus versos se le llenaron
de auroras del sol en su cuna...

Envío

-Portugal, tierra occidental
de "saudade" y melancolía,
tu corazón languidecía
de frío mortal,
y él te trajo la hoguera que había
de encendértelo, Portugal.
Portugal, declinabas doliente
como el sol, buscando en tu mar
descanso y muerte juntamente;
él habló y te enseñó a encontrar
tu equilibrio en Oriente.
Portugal, Benjamín de Europa,
vacilabas mirando el camino
sin moverte, aristócrata, fino
y débil...-: pero él, en la copa
del Asia, te trajo tu vino.
Portugal, corrosivo tesoro
de tu vida, en tu cielo es la hora
del ocaso, que canta y que llora,
y él te trajo en sus versos ¡el oro
de una nueva aurora!

Eduardo Marquina

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