jueves, 6 de agosto de 2015

Mis compatriotas:

¿Qué buscáis, Mis Compatriotas?
¿Deseáis acaso que construya para
vuestros gloriosos palacios, decorados
con palabras vacías de sentido, o
para vuestros templos techados con sueños?
¿O me ordenáis que destruya aquello
que los mentirosos y los tiranos han construido?
¿Debo desarraigar con mis dedos
aquello que los hipócritas y los malvados
han implantado? ¡Decid cuál es vuestro insano
Deseo!

¿Qué querríais que hiciera,
Mis Compatriotas? Debo ronronear como
un gatito para satisfaceros, o debo rugir
como un león para complacerme? He
cantado para vosotros, pero vosotros no habéis
danzado; ante vosotros he llorado, pero
no habéis sollozado. ¿Debo acaso cantar
y llorar al mismo tiempo?

Vuestras almas sufren los tormentos
del hambre, y sin embargo el fruto del
conocimiento es más feraz que
las piedras de los valles.
Vuestros corazones se marchitan de
sed, y sin embargo las fuentes de la
vida manan junto a vuestros
hogares -¿Por qué no bebéis?

Tiene el mar sus flujos y reflujos,
la luna, crecientes y menguantes
fases, y las Épocas sus
inviernos y veranos, y todas las
cosas varían como la sombra
de un Dios futuro oscilando entre
la tierra y el sol, pero la Verdad no
puede cambiarse, ni tampoco disiparse;
¿Por qué, entonces, intentáis
desfigurar su semblante?

Os he llamado en el silencio
de la noche para mostraros la
gloria de la luna y la dignidad
de las estrellas, pero habéis salido,
sobresaltados, de vuestro letargo y asiendo
con temor vuestras espadas, habéis gritado:
"¿Dónde está el enemigo? ¡A él debemos matar
primero!" Al alba, cuando
el enemigo llegó, os volví a llamar,
pero no salísteis esta vez
de vuestro letargo, porque estabáis
encerrados en el miedo, luchando contra
las procesiones de espectros de
vuestros sueños.

Y os dije: "Trepemos a
la cima de la montaña y veamos la
belleza del mundo". Y me
Respondísteis diciendo: "En las profundidades
de este valle vivieron nuestros padres,
y a su sombra murieron, y en
sus grutas fueron sepultados. ¿Cómo podríamos
abandonar este lugar por otro
que ellos no honraron?"

Y os dije: "Vayamos a la
llanura cuya munificencia llega hasta
el mar." Y tímidamente me hablásteis,
diciendo: "El rugido del abismo
atemorizaría nuestros espíritus, y el
terror a las profundidades consumiría
nuestros cuerpos."

***

Os he amado, Mis Compatriotas, pero
mi amor por vosotros es doloroso para mí
e inútil para vosotros; y hoy os
odio, y el odio es un diluvio
que arrasa con las hojas secas
y las temblequeantes casas.

He tenido lástima de vuestra debilidad, Mis
Compatriotas, pero mi lástima sólo ha servido
para aumentar vuestras flaquezas, exaltando
y nutriendo la pereza, que
es inútil a la Vida. Y veo hoy
vuestra enfermedad, a la que mi alma aborrece
y teme.

He llorado por vuestra humillación
y sumisión; y aunque manaron mis lágrimas
cristalinas, no pudieron encrespar
las estancadas aguas de vuestra debilidad;
quitaron, sin embargo, el velo de mis ojos.
Mis lágrimas nunca han llegado a
vuestros petrificados corazones, pero
han disipado la oscuridad dentro de mí.
Me burlo hoy de vuestro sufrimiento
pues la risa es como el airado trueno que
precede a la tempestad, y que nunca ruge

cuando la tempestad ha pasado.
¿Qué deseáis, Mis Compatriotas?
¿Queréis que os muestre
el espectro de vuestro semblante sobre
el rostro de las quietas aguas? ¡Venid,
ahora, y ved cuán horrible sois!
¡Mirad y meditad! El miedo
ha tornado vuestros cabellos grises como las
cenizas, y la disipación ha marcado
vuestros ojos convirtiéndolos en
oscuros agujeros, y la cobardía
ha tocado vuestras mejillas que parecen
ahora tenebrosos fosos del
valle, y la Muerte ha besado
vuestros labios, dejándolos amarillos.
¿Qué buscáis, Mis
Compatriotas? ¿Qué pedís de la
Vida, quien ya no os
cuenta más entre sus hijos?

Vuestras almas se hielan en las
garras de los sacerdotes
y hechiceros, y tiemblan vuestros
cuerpos entre las zarpas de los
déspotas y los derramadores
de sangre, y vuestro país se estremece
bajo los pies en marcha del
enemigo conquistador; ¿qué podéis, entonces,
esperar, aunque estéis orgullosamente erguidos
ante el rostro del sol? Vuestras espadas se
herrumbran en sus vainas, y están rotas
vuestras lanzas, y resquebrajados
vuestros escudos; ¿por qué entonces,
permanecéis en el campo de batalla?

La hipocresía es vuestra religión, y la
falsedad vuestra vida, y la
nada vuestro fin; ¿por qué vivís,
entonces? ¿No es acaso la
Muerte el único solaz
para los miserables?

***

La vida es la determinación que
acompaña a la juventud, y la diligencia
que sucede a la madurez, y la
sabiduría que persigue a la senilidad; pero
vosotros, Mis Compatriotas, habéis nacido viejos
y débiles. Y se marchitó vuestra piel
y se consumió vuestro cráneo, y luego os
convertísteis en niños, que juegan
en el fango y se arrojan piedras
unos a otros.

El conocimiento es una luz que enriquece
el calor de la vida, y todos los que la buscan
pueden ser parte de ella; pero vosotros,
Mis Compatriotas, perseguís la oscuridad
y evitáis la luz, esperando que el agua
mane de las rocas, y la
miseria de vuestra nación es
vuestro crimen... No perdono
vuestros pecados, porque vosotros sabéos
lo que hacéis.

La humanidad es un río brillante
que canta en su cauce, llevando
los secretos de la montaña hasta
el corazón del mar; pero vosotros,
Mis Compatriotas, sois estancados
pantanos infectados de insectos
y serpientes.

El Espíritu es una sagrada antorcha
azul, que quema y devora las
plantas secas, que crece en
la tormenta e ilumina
los rostros de las diosas; pero
vosotros, Mis Compatriotas... vuestras almas
son como cenizas que el viento
dispersa sobre la nieve, y que
las tempestades esparcen para siempre
sobre los valles.

No temáis al fantasma de la Muerte,
Mis Compatriotas, pues su grandeza
 y piedad se negarán a acercarse
a vuestra pequeñez; no os atemoricéis
ante la Daga, porque rehusará
alojarse en vuestros huecos corazones.
Os odio, Mis Compatriotas, porque
vosotros odiáis la gloria y la grandeza.
Os desprecio porque vosotros os despreciáis.
Soy vuestro enemigo, porque os negáis
a daros cuenta de que sóis
los enemigos de las diosas.

Khalil Gibran

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