sábado, 1 de agosto de 2015

El niño duerme en la cuna:

El niño duerme en la cuna.
Descorro la muselina
y lo contemplo largo rato.
Después, silenciosamente, espanto las moscas con las
manos.
El mozo y la doncella de mejillas empurpuradas
descienden entre los arbustos de la colina.
Yo los espío desde arriba.

El suicida está tendido en su cuarto sobre un charco de sangre.
Puedo ver su cabeza con los sesos fuera
y el sitio donde ha caído el revólver,
Me sumerjo en la ciudad
y presencio el espectáculo de la calle:
el charlar de los que pasan,
el traqueteo de los omnibuses,
la rueda del carro que rechina,
el sordo murmullo de la suela de los zapatos en el pavimento,
el golpe de los cascos sobre los adoquines,
el retintín de los trineos,
el cochero con el alquila levantado,
las peleas de nieve...
los gritos de júbilo,
los vítores a los héroes populares,
la furia de la muchedumbre arrebatada,
el paso rápido de una camilla (dentro llevan un enfermo al hospital),
el encuentro de dos enemigos,
la blasfemia súbita –el puñetazo y la caída-,
los transeúntes que se apiñan excitados,
el policía con su estrella, abriéndose paso rápidamente hasta el corazón de la refriega,
las piedras impasibles que reciben y devuelven tantos ecos,
los gruñidos de los ahitos
y de los hambrientos,
de los que se desploman en un ataque de insolación
o de epilepsia,
los gritos de la embarazada a quien de pronto le cogen los dolores del parto...
lo que se grita
y lo que se calla también,
los aullidos que amordaza el decoro,
la detención de los criminales,
los ofrecimientos furtivos de adulterio,
la aceptación o el repudio
hecho sólo con el movimiento de los labios... Todo lo observo,
todo lo anoto,
todo este espectáculo con su resonancia me interesa,
me mezclo en él...
y luego me voy.

Walt Whitman

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