con qué robusto impulso amo la vida.
Cómo detesto el frío del cuchillo,
la soberbia impostura de la espada.
Amo el cuerpo desnudo y juvenil
que la lluvia acaricia, que el contacto
de otra piel enerva,
que una cálida mano dulce enciende
y domeña el labio.
Amo la gollería de la flor,
el torrente tezado
y gélido que fluye de la nieve,
el vuelo lejanísimo del buitre,
la lumbre que nos habla.
Todo está en éso:
la voluntad del mundo que despierta,
la vida como un leve
milagro que persiste.
Temo por éso y tiemblo cada noche
cuando el silencio de las sombras trae
hasta mi corazón el manso sueño
y me arrebata el alma hasta las horas
ciegas, lívidas, mudas...
prefigura
las frías levedades de la muerte.
(1984)
Roberto Albandoz.
que la lluvia acaricia, que el contacto
de otra piel enerva,
que una cálida mano dulce enciende
y domeña el labio.
Amo la gollería de la flor,
el torrente tezado
y gélido que fluye de la nieve,
el vuelo lejanísimo del buitre,
la lumbre que nos habla.
Todo está en éso:
la voluntad del mundo que despierta,
la vida como un leve
milagro que persiste.
Temo por éso y tiemblo cada noche
cuando el silencio de las sombras trae
hasta mi corazón el manso sueño
y me arrebata el alma hasta las horas
ciegas, lívidas, mudas...
prefigura
las frías levedades de la muerte.
(1984)
Roberto Albandoz.
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